Aunque los medios de la derecha y ultraderecha hayan convertido la migración en un problema fundamental, hasta el punto de aparecer como el primer problema para los españoles según las dos últimas encuestas del CIS, lo cierto es que cuando a esas mismas personas se les pregunta si les ha afectado personalmente en su vida cotidiana, responden que no.
La externalización del control migratorio en terceros países.
Es curioso cómo los partidos políticos y ciertos gobiernos han transmitido la imagen de la inmigración como un grifo que se puede abrir o cerrar a voluntad, cuando no es así. Si Europa ha reducido la llegada de inmigrantes y ha obligado a muchos de ellos a vivir situaciones escalofriantes en pateras, cayucos, atravesando desiertos a pié o esclavizados o explotados por las mafias, es porque ha dejado la labor represora a gobiernos sin escrúpulos que usan la violencia sin que nadie repare en ellos. Hablamos de la entrega de cientos de millones de euros a Libia, Túnez, Turquía, etc. etc. para que eviten la salida de migrantes hacia las costas de Grecia o de Italia. Del mismo modo, España abandonó al pueblo Saharaui a su suerte cuando vio que una simple llamada de la supuesta presencia de Mesi en Melilla y la apertura de las fronteras con España hizo que entrara un verdadero aluvión de personas, muchos menores no acompañado provocando un problema gravísimo que se resolvió con la devolución ilegal de los mismos a Marruecos. El país alahuí lo dejó bien claro, o se nos trata como queremos o provocamos una crisis migratoria en cuanto nos lo propongamos. Del mismo modo, se amenaza a España con dejar de realizar la «limpieza» de las zonas próximas a la verja de Ceuta que lleva a cabo la gendarmería marroquí -«sin demasiados miramientos»- para evitar los «saltos» y las entradas masivas que tantos muertos han producido (recordemos, por lo especialmente grave que fue, el intento de entrada masiva de 2022 en Melilla, con 100 muertos).
Y siguen muriendo personas
Aunque la principal vía de acceso de la inmigración en España sean los aeropuertos a los que llegan personas como turistas, con un permiso de tres meses y con un billete de vuelta pagado, lo cierto es que no podemos olvidar la vía canaria, ahora la más utilizada por pateras que se adentran en un camino tremendamente peligroso. Las noticias de naufragios y de cayucos con personas fallecidas o grupos de migrantes que son rescatados a la deriva, a muchos kilómetros de la costa, en embarcaciones habiendo arrojado al mar a quienes han ido falleciendo, eso ya nos nos sonroja ni nos produce la mínima empatía. Ya sólo son números por los que no sentimos nada: 50 fallecidos frente a la isla de El Hierro al volcar un cayuco cuando salvamento marítimo se acercaba a ellos; todos se agolparon en la misma borda, por la presencia del barco de salvamento.
Los conflictos internacionales, que algunos crean o mantienen frívolamente, son también foco de migración
La migración es, en la mayoría de los casos, una cuestión de fuerza mayor. Las personas no migran por gusto, de hecho, querrían seguir viviendo en su lugar de origen pero la situación económica o las guerras les empujan a abandonar su vida y a adentrarse en un futuro totalmente desconocido. Pensemos en las grandes migraciones provocadas por la guerra en Irak, Siria, Afganistán, Ucrania, o en el Sahel, Mali o Senegal o el conflicto eterno de la República del Congo.
Está claro que hay que colaborar en estos casos, pero mejor sería permitir a esos pueblos progresar y poner los medios para que estos conflictos no se desencadenen. Claro que, para eso, habría que controlar el interés (o codicia) desmedida de las grandes corporaciones y gobiernos que no dudan en desencadenar catástrofes sonrojantes simplemente para debilitar a un «enemigo».
La inmigración no es bien recibida en sociedades con altos niveles de desigualdad
Si dejamos que los sucesivos gobiernos privaticen los servicios públicos: la sanidad, la educación y el resto de servicios sociales, nos encontraremos con una sociedad cada vez más desigual. Entender que el proceso migratorio es inevitable (dadas las condiciones de los países de origen: violencia, pobreza, guerras, malas cosechas favorecidas por el «cambio climático», etc.; y la visión que los países desarrollados dan de sí mismos a través del cine o de las series) nos obliga a estar preparados, tanto desde el punto de vista organizativo como desde aspectos tan básicos como la vivienda accesible o los puestos de trabajo accesibles para los recién llegados.
Si, en cambio, lo que tenemos es amplias capas de pobreza entre una población que se encuentra desatendida y desprotegida, está claro que el fenómeno migratorio se entenderá como una amenaza y provocará un fuerte rechazo, pues implicará que entre más gente habrá que repartir el pastel (como señala Blanca Garcés en el «Conversatorio» de TintaLibre).
En consecuencia, las políticas de austeridad son contraproducentes, en la medida en la cual un mayor número de personas (migrantes o no) compiten por unos recursos cada vez más raquíticos. Es la lucha entre los pobres y los más pobres por las migajas de un sistema sin voluntad de ayudarles las que explican los brotes xenófobos y racistas violentos en distintas partes del mundo. Pues no hay nada más fácil que culpar a los más débiles de ser la causa de todos los problemas que una sociedad disruptiva produce.
Se necesitan trabajadores
La población en España envejece a una velocidad enorme, ello supone la necesidad de nueva mano de obra que vaya sustituyendo a la que progresivamente se va jubilando, así como una mayor cantidad de trabajadores para los servicios de atención domiciliaria y de cuidados que son cada vez más demandados, y lo seguirán siendo en los próximos años porque estamos ante una sociedad envejecida. A esto añadamos las actividades deficitarias en trabajadores: hablamos de la agricultura, la ganadería, la construcción, el transporte de mercancías y el resto de actividades que implican un mayor esfuerzo físico y peores condiciones de trabajo. Puestos que son rechazados por los trabajadores nacionales y que cubre la mano de obra migrante.
Los sindicatos son contrarios a la inmigración
Los sindicatos, tradicionalmente, han sido contrarios a la inmigración porque suponen que los recién llegados son competidores desleales con aquellos que buscan trabajo, al estar dispuestos a hacerlo en peores condiciones y con salarios más bajos. Por ello, no ha sido posible contar con ellos cuando se han propuesto regularizaciones amplias de inmigrantes en situación irregular.
La última Iniciativa legislativa popular (ILP), que recabó 700.000 firmas (de las que 600.000 fueron finalmente validadas) para que el Congreso aprobara la regularización de quienes estuvieran viviendo en España de forma irregular durante dos años (y no tres, como está establecido ahora por ley) no fue apoyada por los sindicatos, y sólo al final, cuando ya estaba para ser votada, se declararon «no contrarios» a la iniciativa. De hecho, la recogida de firmas para esta ILP fue llevada a cabo por 900 organizaciones, entre las que destacó la formada por migrantes sin papeles que situaron mesas en las que solicitaban apoyo a esta iniciativa, exponiéndose a tener problemas con la policía por su situación irregular. Pero es que estos colectivos han empezado a organizarse y a tener visibilidad en la reivindicación de sus derechos.
(Lo mismo ha sucedido con otros colectivos como es el de las empleadas de hogar, las kelies o los afectados por las hipotecas o los alquileres).
Tengamos en cuenta que la regularización de estas personas tendría una repercusión económica muy notable, pues supondría el afloramiento de una importante cantidad de economía sumergida y de empleos que comenzarían a cotizar a la Seguridad Social y al resto de impuestos del trabajo.
Curiosamente, los empresarios -a diferencia de los sindicatos- sí son partidarios de la migración, aunque sólo en cuanto fuerza de trabajo dócil y barata. Y por ello es fundamental la labor de la Inspección de trabajo, y la puesta en marcha de mecanismos ágiles que permitan la denuncia de aquellos casos en los que se detecten condiciones de trabajo, o de contratación, abusivas.
Si no se permitiera que nadie trabajara en condiciones penosas y se penalizara este tipo de conductas así como el pago por debajo de convenio, los horarios abusivos o las condiciones de vida chabolistas, no habría tal competencia. Tampoco se podría acusar a los migrantes de tirar de las condiciones de trabajo y de los salarios hacia abajo.
A diferencia de los empresarios, los sectores más conservadores y nacionalistas son contrarios a la inmigración por cuestiones de identidad y culturales. Ya sabemos que la llegada de personas de otras culturas produce una mezcla que no es admisible para quienes consideran su cultura como una realidad monolítica, cargada de profundos valores y, sobre todo, «suya». Olvidan que toda cultura, incluida la suya, se forma y se ha formado a partir del contacto histórico con otras culturas, un mecanismo de evolución social que es inevitable. El aislamiento cultural con el que sueñan no es posible, pero les sirve para seguir viviendo en un imaginario glorioso que ellos identifican con un pasado idealizado que no existió.
El caso de España es singular
Resumiendo: la inmigración es un fenómeno no controlable que nace de la necesidad y de la actitud insolidaria y de falta de respeto de unos países hacia otros. La actitud de los países receptores debe ser la de proporcionar los recursos necesarios para que ésta sea lo más organizada posible, promoviendo entre sus ciudadanos unas condiciones vida y de justicia social que permitan reducir las desigualdades.