Emergencia

El salto cualitativo, es decir, la aparición de una cualidad nueva en una realidad que no la poseía ha sido, tradicionalmente, uno de los recursos utilizados para justificar la necesidad de la existencia de un dios capaz de llevar lo real a un nivel cualitativo superior de vida o de conciencia.

En otras palabras, si en el universo original sólo existían elementos inorgánicos ¿cómo es posible explicar la aparición de lo orgánico, y de ello la vida, y de la vida la conciencia, y de la conciencia la mente humana?

Los científicos hace tiempo que demostraron que es posible generar elementos químicos orgánicos a partir de los inorgánicos; de manera que la existencia de un ser superior capaz de introducir esa nueva «cualidad» en lo orgánico ya no era necesaria.

Sin embargo, ¿y si la emergencia cualitativa nace del observador, de un ser con conciencia capaz de entender aquello nuevo a lo que ha dado lugar lo existente?

Recuerda a lo que ocurre con la definición fuerte y débil de la inteligencia artificial: ¿una máquina que juega al ajedrez sabe jugar al ajedrez? Para un observador exterior su comportamiento le dice que sí, pero ¿realmente lo hace? Porque verdaderamente la máquina no tiene «conciencia» de lo que está haciendo. Como las neuronas tampoco «saben» que están llevando a cabo procesos inteligentes. Es, en suma, una nueva recurrencia de la «habitación de Searle» de la que tanto se ha hablado.

La conciencia es el resultado de la acción combinada de una serie de estructuras nerviosas que operan consumiendo energía y que desde su composición inorgánica dan lugar a la configuración de una «realidad» de la que sabemos que es un constructo de dicha conciencia. Lo real, como sea en sí mismo, -como nos enseñó Kant- escapa a nuestra comprensión. De hecho, la pérdida de actividad del sistema por un fallo de sus componentes o por una pérdida de la energía que lo alimenta hace que la conciencia desaparezca para siempre, como lo hace «su realidad» y como lo hace el «yo», eso que llamamos «identidad personal». Para los demás habremos muerto, aunque nosotros no lo sepamos.