El fascismo es una forma de totalitarismo que se desarrolla en Europa en el periodo entre guerras.
Su objetivo es situarse al margen del liberalismo de las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial y el Comunismo emergente. Ente sus características destaca:

  • Su exacerbado nacionalismo, surgido del resultado de la gran guerra. Un nacionalismo agresivo y victimista (como todos) que define al Estado como unidad suprema.
  • Una ideología militarista que desprecia la paz y que cree en la necesaria lucha contra el enemigo que se encuentra dentro del propio estado, formado por todos aquellos que son considerados como “decadentes” o un “peligro social”: opositores políticos, delincuentes, homosexuales, discapacitados, razas inferiores, enfermos,…
  • Su militarismo cree en el orden y en el valor del castigo, así como en la necesaria disciplina de las masas que se traduce a todos los órdenes de la vida. La juventud se convierte en un elemento esencial que se organiza también militarmente.
  • Su ideal de felicidad desprecia los valores burgueses de las sociedades democráticas por considerarlos signos de debilidad: comodidad, paz, bienestar,… hace a los individuos débiles. La vida debe ser, sin embargo, abnegación, sacrificio, disciplina, control de los deseos y las pasiones, siguiendo el modelo militarista.
  • Frente al individualismo de las sociedades democráticas, el fascismo reivindica al grupo y a la capacidad para deberse y sacrificarse por él. El individuo carece de valor y de derechos por sí mismo, en cuanto no puede entenderse al margen del grupo al que pertenece y en el que encuentra sentido a sí mismo y a su vida.
  • Es la intransigencia severa frente a la molicie de la tolerancia democrática. Intransigencia que lleva a la eliminación de la disidencia política y a la creación de un único partido como expresión de los elevados ideales que se defienden.
  • El fascismo cree en la existencia de un “destino histórico” reservado para quienes forman parte de la nación, un destino para el que no se puede escatimar ni esfuerzo ni sacrificios, incluidos la muerte y el recurso “necesario e inevitable” a la violencia.
  • El fascista se siente en posesión de la verdad absoluta y de valores trascendentes que le legitiman a hacer cuanto sea necesario para llevarlos a la realidad.
  • Una unidad moral que implica “pureza”, no sólo ideológica sino también biológica.
  • Desprecio hacia las élites intelectuales que son apartadas o perseguidas como simples delincuentes. Una severa censura y un sistema de propaganda especialmente fuerte y cuidado que traslade machaconamente los grandes principios ideológicos totalitarios y las consignas básicas que todo “buen ciudadano” debe conocer e interiorizar, aunque sea a fuerza de tediosa repetición (“una mentira repetida cien veces se convierte en una verdad” decía la propaganda nazi).
  • En este sentido la educación, la movilización de las juventudes (organizadas en asociaciones que reproducen la estructura y disciplina militar) y el control de los medios de comunicación resultan fundamentales.
  • Desde el punto de vista económico el fascismo aspira a la autarquía.
  • Asimismo defiende un imperialismo voraz que sueña con revivir las viejas glorias de los Imperios históricos y que cree en la legitimidad del colonialismo.

Los 11 principios de la propaganda de Joseph Goebbels y los nazis

  1. Principio de simplificación: reduce la complejidad de los distintos enemigos a uno sólo. De este modo se consigue evitar la dispersión y centrar la batalla contra un antagonista único que puede ser un concepto ambiguo cargado de connotaciones negativas. El ejemplo más próximo lo tenemos en la «Guerra contra el mal» de la que habló George W. Bush tras el 11s y con el que justificó todo tipo de barbarie, incluidas las detenciones ilegales (Guantánamo, aún sin cerrar, con personas detenidas arbitrariamente sin derecho a juicio) o la invasión y destrucción de países soberanos. Recordemos que la premisa de la que partimos es que estamos hablando para un público simple que no gusta de análisis complejos, por lo tanto, hay que buscar la uniformidad en el enemigo: no hay diversidad, ni discrepancia, ni matices entre ellos, porque todos son iguales y responden a un único estereotipo.
  2. Principio de contagio: siguiendo con lo anterior, se atribuye una serie de características compartidas a todos aquellos que son «nuestro enemigo»; una serie de rasgos humillantes y negativos que permitan su ridiculización: «son salvajes», «ignorantes»; «seres sin conciencia»; «bárbaros que entran en los hospitales y desconectan las incubadoras» (Irak/hija del embajador ante la comisión de la ONU); «demonios que degüellan a niños al entrar en Israel» (Gaza/ataque de Hamas de 2023),…
  3. Principio de proyección: esta estrategia consiste en el típico «y tú más» o «todos son iguales». En el momento en el que se descubre una debilidad propia hay que atribuírsela también al enemigo en la misma medida o incluso más; es decir, minimizándola en uno mismo y exagerándola en los demás. Es la reacción típica que encontramos, por ejemplo, cada vez que se descubre corrupción dentro de un partido político o en una organización. Con esta actitud lo que se persigue es generar una distracción que vuelva a dirigir ese mal comportamiento de nuevo en los demás, en el otro, al que se le podrá seguir odiando.
  4. Principio de exageración: cualquier comportamiento del enemigo, por pequeño que sea, debe ser exagerado para que parezca un suceso mucho más grave de lo que es. Todo lo que hace el enemigo es una amenaza.
  5. Principio de vulgarización: los mensajes que se comunican deben adaptarse a quienes van dirigidos, por lo tanto, lo deben estar a los menos inteligentes de todos ellos. Es necesario huir de la complejidad y de los matices, pues se busca un mensaje tan «simple» que cualquier ser humano pueda llegar a comprenderlo. Se deben confeccionar mensajes dirigidos a las masas, pues como «masa» los seres humanos son más fáciles de manipular que como individuos aislados; y olvidan más rápido.
  6. Principio de la orquestación: los mensajes deben repetirse de forma continua usando distintos enfoques pero insistiendo en el mismo concepto. La simplicidad del mensaje hará más difícil que, durante esta repetición insistente, se pueda incurrir en contradicciones. Es necesaria la repetición porque incrementa la credibilidad del mensaje y su presencia en la mente del auditorio. «Una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad», decía Joseph Goebbels.
  7. Principio de renovación: aunque el contenido sea siempre el mismo es necesario modificar la forma y el ritmo en el que se ofrece la información. Una de las estrategias que se tiene contra el oponente es generar tal cantidad de acusaciones, con tanta velocidad, que no tenga tiempo a reaccionar. El objetivo es abrumarlo, pues mientras intenta demostrar que una acusación es falsa o sin fundamento, se encuentra que la actualidad ya no habla de eso sino de una nueva acusación con la que su oponente se encuentra regodeando en este momento. (Ver «Ametralladora de falacias o «Gish Galloper»»)
  8. Principio de la verosimilitud: si la misma información aparece en varios medios, está claro que gana en credibilidad; de ahí la importancia del control de todos los medios en los sistemas totalitarios. Asimismo, dicho control permite introducir mentiras dentro de una noticia cierta para que sean asumidas por la población; o la elección intencionada de qué decir y destacar y qué omitir en una información (algo que harán coordinadamente todos los medios).
  9. Principio de silenciación: relacionado con el principio anterior, el control de los medios permite sesgar la información evitando la divulgación de noticias contrarias a los intereses dominantes: ocultando las negativas propias y las positivas del enemigo o eligiendo el momento en el que se hace pública cada información, según interese.
  10. Principio de la transfusión: consiste en hacer uso de mitos, tradiciones o hechos históricos (más o menos manipulados) para fundamentar las creencias propias que no comparte el enemigo, cuyos comportamientos son claramente definidos como contrarios a «nuestras tradiciones» y al legado de nuestros antepasados. Al hacer uso de estos factores populares el mensaje se hace más próximo a las clases populares implicándolo con la estabilidad y seguridad que proporciona la tradición, lo que siempre ha sido así. (En nuestro ejemplo, los toros, la caza, el campo, la bandera, el Imperio español, la Reconquista,… Dios)
  11. Principio de la unanimidad: consiste en hacer creer que las ideas propias son «universales», es decir, compartidas por todo el grupo. Ese consenso muchas veces no es tal, pero qué importa; lo decisivo es que se crea así, favoreciendo un sentimiento de participación y de comunidad que resulta tan acogedor. Un sentimiento que persuade a una mayoría a la que se le supone incapaz de dirigir sus propias vidas y para quienes es indispensable que alguien les diga qué hacer, pensar o sentir en cada momento pues desconfían de su propio criterio para dirigir sus vidas.

La democracia, en cambio

La democracia no comparte la visión aristotélica de la sociedad, según la cual, la mayoría de la sociedad está constituida por esclavos por naturaleza, es decir, personas sin la suficiente capacidad racional natural para saber lo que les conviene en cada momento y, por lo tanto, para dirigir sus propias vidas. Frente a ellos, una minoría social estaría formada por hombres libres por naturaleza, capaces de saber lo que conviene y, por tanto, en quienes habría que delegar el gobierno y las decisiones políticas. La diferencia está en que en un sistema democrático la creencia en la igualdad natural del ser humano lleva a la universalización de la educación. Es la creencia en la posibilidad de formar una comunidad, mayoritariamente preparada, constituida por ciudadanos libres, conscientes y críticos, capaces de decidir, con su voto, lo que conviene a la sociedad, en su conjunto. Una sociedad de la que se sentirían parte y, por tanto, cuidarían pues son todos ellos ciudadanos de pleno derecho.