«La ciudad, ya sea antigua o moderna, es una selva de intereses, la lucha por la supervivencia es la estructura de sus encuentros, las relaciones son utilitarias y su ruptura con la naturaleza se ha vuelto definitiva.»

[…]

«Para los urbanitas, la vida en el entorno rural siempre ha estado
envuelta en un aura de romanticismo y armonía con la naturaleza.
Pero el campo español –intolerante, cerril y pobre de solemnidad–
nunca ha sido ese paraíso que algunos ‘happy hippies’ imaginan… y,
por lo tanto, es imposible regresar a él.»

[…]

«A mediados del siglo XX en España los grandes movimientos de migración interior se produjeron entre los pueblos y las capitales de provincia, donde se asentaba la industria de los años del desarrollismo. Eso fue así hasta los años 90, en que el movimiento se reorientó a las grandes ciudades,»

Alejandro gándara, «Sueños en el campo de centeno» (revista de eldiario.es – «El grito de la españa interior»)

De lo rural a lo urbano-provincial y, de él, a la «metropolización» de la gran urbe.

«En 2018, según el Instituto Nacional de Estadística, estas migraciones ya habían doblado en número a las que se produjeron en la década de los 90.» (Ibid)

«La ciudad es dura e implica la aceptación de unas reglas del juego sintetizadas en la polaridad ganador/perdedor, tan estadounidense y tan repugnante. Dicho de otro modo, la ciudad es habitable, pero solo si tienes dinero. Sin dinero, lo que se habita es un limbo de trabajo y aislamiento (o hacinamiento).»

[…]

La ciudad es el objeto de odio y la alternativa es solo su consecuencia.

ibid

El movimiento de retorno a lo rural es cuantitativamente muy poco relevante y políticamente no despierta ningún interés. Nace de una idealización falsa de lo rural, según la cual:

  • Supone un retorno a la naturaleza, lo que equivale a libertad.
  • Es la ruptura con el consumismo que nos cosifica, devolviéndonos nuestra «humanidad«.
  • Es una vida en comunidad, devolviéndonos nuestra identidad como personas, el sentirnos aceptados y parte de un grupo social y afectivo con el que sentirnos vinculados.
  • Es un mundo ajustado y rentable en el que el esfuerzo es limitado, porque no se trabaja innecesariamente sino sólo lo imprescindible para cubrir las necesidades.
  • Es «auténtico» frente a la farsa y a la falsa apariencia del mundo urbano.

El campo español no es eso ni lo puede ser porque es un mundo cerril, dominado por una moral religiosa cristiana, contraria a cualquier atisbo de novedad o cambio y dominada «por un sistema de hábitos y costumbres que aspira a ser inmutable en el tiempo» (Ibid)

«El campo español es el producto de varios ingredientes que, en distintas proporciones, se han mezclado a lo largo de su existencia, entre los que destacan la extrema pobreza, un catolicismo ultramontano acompañado de una ideología reaccionaria y la cerrilidad ante un progreso que no fuera meramente económico. El resultado es que ese mundo, como ya sentenció Machado, “desprecia cuanto ignora”. Y se comporta con toda beligerancia contra cualquier apertura en su sistema de valores o a la novedad.
Es, sencillamente, cerril.

A diferencia del medio rural francés, ocupado históricamente por la
burguesía y su ‘modus operandi’ liberal, que produjo una ruralidad
ilustrada y una alternativa histórica y real a la vida en la ciudad, el español ha sido un lugar endurecido en la miseria, de la moral a la política, pasando por la cotidiana.

La España vaciada es la España que se vació no solo por motivos
económicos y materiales, sino porque su ambiente era irrespirable y la presión social, insostenible para cualquiera con un mínimo de sensibilidad o de curiosidad. Nadie ha intentado reconstruir el campo español sencillamente porque nadie quiere reconstruirlo, ya que nadie quiere volver a aquello. A aquello o a esto, pues nada ha cambiado, excepto unos cuantos cachivaches electrónicos que brillan entre las ruinas.»

Ibid