Con la extrema derecha asistimos a un discurso político que no necesita hacer propuestas ni articular un programa político al uso, por cuanto todo su comportamiento es «reactivo«, con un discurso que no es propositivo sino «contra«:

  • La inmigración.
  • Las élites.
  • Los políticos.
  • Los periodistas.
  • Los intelectuales,…

Es decir, un populismo de manual. En el que se busca:

  • El control de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales para hacer llegar a todas partes unos mensajes sencillos (sin la elaboración necesaria que exigiría el empleo de datos, evidencias o razones) y contundentes (como eslóganes que alcanzan fácilmente a su público objetivo, y que éste puede aprender y repetir como un «mantra») -ya se sabe que las respuestas elaboradas y fundamentadas son cosas de esos «intelectuales» a los que tanto desprecian.
  • El empleo de mentiras y de falsos relatos. Es algo que encaja perfectamente con este discurso en el que lo importante no es la realidad sino lo que cada uno crea. Pues son las creencias lo fundamental y no el conocimiento. De ahí la importancia y el valor que dan a ciertos individuos en quienes confían absolutamente, con una confianza casi mística e inquebrantable. Para los partidarios de estos grupos la verdad está oculta, y lo está por el carácter malintencionado de las élites que se dedican a engañar con su verborrea sofisticada, intelectual y científica, sólo al alcance de unos pocos. Aquí, en cambio, se está con el pueblo y se le ofrece la posibilidad de conocer lo que se les ha ocultado. Y lo hacen a través de sus gurús: los únicos honestos, los que desvelan, los reveladores de lo que otros no quieren que sepas. De ahí su gusto por la «conspiranoia» porque, para ellos, las élites manejan la realidad y el discurso según patrones e intereses ocultos. Unas élites formadas por grandes fortunas, líderes tecnológicos que desean dominar el mundo a través del control de la mente de los individuos, con el apoyo de intelectuales, científicos y periodistas vendidos a sus oscuros intereses.
  • Sus maneras no son refinadas. Sus políticos no son refinados, son bruscos porque tienen las maneras del pueblo al que representan: ellos simplemente hacen lo que las personas a las que se dirigen harían si dejaran salir toda esa frustración que no saben explicar ni solucionar. Está claro que su conducta -piensan- se traduciría en exabruptos como los que estos «nuevos políticos» les ofrecen. Ellos, con sus maneras descorteses, con sus salidas de tono, sus bravuconadas e insultos, sus bromas de mal gusto, sus comentarios machistas, sus «motosierras»,… muestran el desprecio que comparten hacia las élites amaneradas por una cortesía educada que les pone en desventaja frente a estos «faltones» que tanta gracia les hacen a sus fanáticos seguidores. Sin embargo, sus opositores no deben enfadarse porque hábilmente todo esto lo enmascaran como si fuera un juego banal en el que todo está permitido. Pero realmente no es un juego, ni es banal lo que plantean.
  • El escándalo es la estrategia. Crear escándalos y provocaciones consigue lo que buscan: atraer la atención de la ciudadanía, y lo consiguen porque consiguen la atracción de los medios. Con los escándalos los medios consiguen la audiencia que necesitan y buscan para sobrevivir. La actitud de los medios, en este sentido, es muy importante por cuanto está demostrado que si se les dan foco, titulares y portadas, a sus escándalos los resultados de la ultraderecha en las urnas mejorarán. Si se les relega a segundo plano y sus polémicas no se convierten en el centro de atención, el efecto electoral es mucho menos favorable. Así se demostró en Bélgica con dos partidos de ultraderecha a los que se dio un trato diferente: los medios de la parte flamenca aceptaron el protagonismo que busca la ultraderecha y ésta ganó las elecciones; no sucedió lo mismo con la parte francesa, cuyos medios relativizaron el discurso de su propio partido ultraderechista cuyos resultados fueron menores.
  • Son algo nuevo y suponen una ruptura con lo anterior, de manera que los jóvenes pueden verlos como la respuesta a su rebeldía. Como la expresión de una política rebelde y trasgresora contra lo establecido. Algo nuevo y moderno, que, curiosamente, no tienen nada de nuevo ni de moderno.
  • Pero siempre su actitud es reactiva. Lo es siempre contra algo de lo que deben defenderse: de «los de arriba”, de las élites; de «los que vienen de fuera”, migrantes, musulmanes, refugiados, lo que sea; y de “los de abajo”, que abusan de los recursos del sistema de bienestar: los vagos que piden en las calles, o los parados que viven -sin dar golpe- con las «paguitas» del Estado; o las mujeres «empoderadas» que no aceptan su lugar en la sociedad como esposas y madres. Y en este contexto los nativos, los «verdaderos españoles» o los «verdaderos franceses», o los «verdaderos» de dónde sean, deben protegerse y contraatacar. Está claro que para estas formaciones el concepto de «ciudadanía», central en la formación del «Estado moderno» tras las revoluciones burguesas que acabaron con el servilismo del «Antiguo Régimen», ha perdido su sentido; un riesgo que no podemos olvidar ni minimizar.

Es muy frecuente que los sectores conservadores hagan posible que la extrema derecha gane votos, porque toman su agenda y piensan que con eso pueden conseguir votos, pero los votos van para la extrema derecha, y de esa forma facilitan que gane poder. […]

Ahora, en esta nueva cara de la extrema derecha, en las redes sociales mienten como si fuera normal, dicen cosas erróneas y no importa. El sexismo, la homofobia, el racismo, la misoginia, todo es posible. Y el discurso se ha vuelto más brutal, más explícito, se han transgredido muchos tabúes y ya no hay que usar un lenguaje codificado para discriminar. […]

Tienen un cierto imaginario de cómo deberían ser los países: en primer lugar, neoliberales, libertarios. En segundo lugar, blancos. En tercer lugar, con familias tradicionales con muchos hijos. En cuarto lugar, cristianos. Y en quinto lugar, consideran que las democracias plurales deben cambiar. Tenemos entonces el concepto de “democracias iliberales” para calificar el régimen de Viktor Orbán en Hungría, lo cual es contradictorio en sí mismo. Significa no más libertad de prensa, no más poderes legislativos y judiciales independientes, no más enseñanza y ciencia independiente, no más periodistas independientes, y así sucesivamente. De cierta forma, están en contra de los derechos humanos y de las elecciones democráticas. Y lentamente, cuando son elegidos, empiezan de alguna forma a cambiar el sistema electoral para hacer que sea casi imposible para la oposición ganar las elecciones. No permiten la pluralidad de medios, como sucede con Recep Tayyip Erdogan en Turquía, los partidos de oposición casi no tienen voz y no hay información en los medios sobre ellos. Por lo tanto, cuando son electos, hay un riesgo muy grande de autoritarismo, de restricción de las libertades y los derechos humanos.

Ruth Wodak, académica. Entrevista reproducida en eldiario.es

El caldo de cultivo está formado por gente enfadada que busca soluciones fáciles entre unas enormes desigualdades que siguen creciendo sin control. Es gente que cree que no se les escucha y que ha perdido la confianza en la política, y en las élites que ven como muy lejanas.

[El mensaje que el líder carismático ofrece es simple:] “Soy uno de ustedes y hablo en un lenguaje que tú puedes entender, y no necesitamos todos estos expertos y académicos”. Y también: “Yo digo lo que tú no te atreves a decir. Odiamos a los musulmanes, tú no lo dices, pero yo puedo decirlo, por lo tanto soy valiente”. Y todos están contra mí, entonces soy una víctima de quién sabe quién, los chinos, los judíos, [George] Soros. Y esto aparece como auténtico.

[…] Y por otro lado, le dicen a la gente: “No tienen que avergonzarse, ustedes son víctimas de estas mujeres profesionales, o son víctimas de estas minorías, pero yo les daré de nuevo la posición que tenían en la sociedad, los haré fuertes de nuevo”. Y estas estrategias les resultan muy útiles.

ibid