Hoy están bombardeando Líbano. Ayer estaban masacrando Gaza. Anteayer seguían activas multitud de guerras enquistadas. Por cierto, hoy siguen buscando los cadáveres de las sesenta personas (no números; personas con nombres y apellidos) que ayer se ahogaron llegando a la isla de El Hierro, porque todos se pusieron en la misma borda cuando vieron llegar al barco de «Salvamento marítimo».
Hemos perdido la capacidad para actuar, para escandalizarnos y para reaccionar. Ya no sabemos cómo hacerlo. Todo nos viene demasiado grande. Nos han convencido de que lo que hagamos no sirve para nada, y nos hemos refugiado en el individualismo, o lo que es lo mismo, en la soledad.
Los partidos de izquierda y los movimientos sociales era los principales motores de transformación, de cambio pero tampoco ellos han sabido canalizar la acción humana: la acción política.
Aunque en la sociedad existan colectivos, centros sociales, movimientos vecinales, cooperativas o grupos más o menos organizados, lo cierto es que estos no tienen representación política. Parece que no hay proyecto ni necesidad de él, en cambio aparece
¡Ah no, espera, que tenemos las redes «sociales»!
Es paradójico que vivamos en la época con los medios y herramientas de comunicación más potentes de la historia y, sin embargo, con la mayor cantidad de personas solas que la humanidad jamás haya conocido.
(TintaLibre – Elogio a la heterodoxia – «Poder parar. Heterodoxia y redes», Remedios Zafra)
«la presión de las redes y de la época, la agitación de la intervención, el impulso de estar en todos los foros, de aceptar, de hacer, responder diciendo sí como si nos fuera la vida en ello. Por otra, pienso en las consecuencias emocionales, pero también físicas e incluso sociales que tiene engancharnos como la mayoría, dejarnos pensar por dedos y ojos, sí, más, así, seguir la inercia […] de un mundo que normaliza estas redes».
Hablamos de unas redes que no son sociales porque
«Son más bien multitud de solos conectados que siguen el rimo de los números más altos, de lo más visto, del más seguido, […]; estando cada uno en un lugar distinto, tecleando, haciendo cosas muy parecidas, más rápido para llegar al plazo, posteando lo último, posando con su mejor sonrisa, repartiendo corazones mientras mueven sus cabezas como los perros de plástico con cuello de alambre; [y así] suman tareas a sus trabajos por defecto y cuando no pueden soportar cargar con tantos síes a cuestas se medican para seguir haciendo lo mismo sin que se note su malestar.»
A veces es un continuo decir sí
«en un sí por miedo, un sí por agrado, o un sí por inercia, diría más bien, por adicción, por sentir una presión a que rechazar rompa un vínculo liviano pero importante allí donde conectados todo está sometido al escrutinio público. Entonces un sí es como no decir nada pues es lo normal, pero un no de pronto te visibiliza y corre el riesgo de proyectar una atención que no podemos soportar.»
Así los grupos se hacen homogéneos porque después de una lectura rápida y superficial -no hay tiempo para más en una mecánica que se hace enloquecida- digo constantemente ‘»sí a los míos» y «no a los otros»‘ sin posibilidad de diálogo, sin forma de romper una dinámica maniquea. Pero es que las redes ¿sociales? «no están pensadas para el vínculo social ni para una vida socialmente sana, están pensadas para que algunas personas ganen más dinero mientras la mayoría nos enganchamos». En ellas «el individualismo competitivo se naturaliza» convirtiendo en práctica interiorizada dos de los pilares del capitalismo más salvaje: el individualismo y la competencia. Despreciando así la importancia de lo que nos une socialmente, de lo colectivo, de la colaboración y de la solidaridad.
«Y considero que en las redes esto ocurre con la comunicación, que excedida se nos hace ruido y queda totalmente pervertida».
En ese escaparate en el que las personas se exponen al resto todo el tiempo ¿y si cambiáramos la inercia actual por «menos apariencia y más sentido»?
Se han aceptado acríticamente las redes sociales como un síntoma de progreso, como una consecuencia inevitable y supuestamente buena del nuevo tiempo, pero eso no es así, es necesaria una conciencia crítica de los usuarios que los devuelvan a su humanidad ilustrada.
Conectados, pero solos en lo social.
[…] necesitamos fortalecer lo comunitario con lazos de complicidad que tanto posibiliten un no a otro como aceptar un no de otro. No vendría mal practicar una suerte de noes amables, donde la amabilidad no sea entendida como complacencia sino como vehículo de empatía y escucha más pausada, quizá comprensión, con suerte, lazo colectivo.»