BERNAT CASTANY PRADO, «Mi mapa de miedos políticos Pedro y el lobo» – Tinta libre diciembre 2024 (pág. 12-17)
https://www.infolibre.es/tintalibre/mapa-miedos-politicos-pedro-lobo_1_1915837.html
«Lo que está claro es que el miedo, […] es una de las fuentes más duraderas, provechosas y sucias de la historia.»
como mostró Isaac Rosa en El país del miedo, cada clase social suele verse torturada por unos miedos específicos. Porque no pueden temer las mismas cosas aquellos que viven apremiados por necesidades económicas inmediatas, y aquellos cuyo bienestar les permite torturarse con otro tipo de amenazas, más tardías o difusas, cuando no directamente neuróticas. Tal y como apuntaba el lema que los chalecos amarillos enarbolaron durante sus protestas, desde octubre de 2018: “Vuestro fin del mundo, nuestro fin de mes.” De ahí que la extrema derecha, y la derecha extremada (esto es, la derecha que opta por entrar en competición y alianza con la extrema derecha, haciéndole de este modo el favor de naturalizar sus ideas), desarrolle un doble discurso, que busca excitar, a la vez, los miedos supervivenciales de las clases más desfavorecidas, y los miedos ideológicos de las clases pudientes.
[…]
También existen miedos diferentes según los países o las regiones. Sin duda, no experimentan los mismos tipos de miedo los habitantes de países en los que existen tasas de pobreza y de criminalidad realmente elevadas, como Sudán o México (a los que podríamos añadir los habitantes del cuarto mundo, que podemos hallar en Detroit o París), que aquellos que viven en países como Austria, Suiza o Dinamarca. Los primeros lo único que desean es sobrevivir como individuos, para lo cual están dispuestos a apoyar o a someterse a gobiernos tiránicos, o a arriesgar sus vidas para huir del peligro. Que es exactamente lo mismo que haríamos todos. Los segundos viven con el miedo de ser invadidos por los primeros, frente a lo cual también están dispuestos a apoyar o a someterse a aquellos partidos políticos que les prometen una seguridad cuyo precio ellos mismos aumentan hasta el delirio exagerando o inventando las amenazas reales. […]
Y, según nuestra tendencia ideológica, podemos llegar a distinguir entre miedos de derechas (como aquellos que despierta en algunos el avance, real o imaginario, del comunismo o la extrema izquierda, el olvido de la tradición o la disolución de los lazos sociales tradicionales) y miedos de izquierdas (como los que provoca el avance, hoy en día bastante real, del fascismo o la extrema derecha, la reimposición de los viejos lazos sociales, el aumento de la desprotección o la precariedad). […]
[Entre los miedos de derechas] la teoría del gran reemplazo, de Renaud Camus, es vista como un lento desembarco de un ejército musulmán, que busca reconquistar Europa.
«Si realmente deseamos evitar que los mercaderes del miedo hagan su agosto con nosotros»
[Recordemos que] existe una suerte de ley política en virtud de la cual, ante la falta de respuesta, uno acepta cualquier respuesta.
[…]
[Nos estamos jugando demasiado para abandonarnos porque] Como decía Montaigne, el miedo es el padre de la crueldad.
Debemos ser conscientes de la sofisticada estrategia que tanto la derecha como la extrema derecha están poniendo en marcha (seguramente no ha sido proyectada así, pero lo cierto es que les ha salido redonda): miedo y dinero.
Un discurso del miedo dirigido a un sentimiento básico que todos poseemos y ante el que muchos no son capaces de reaccionar, sobre todo si es suficientemente intenso. Y unos medios de comunicación y unas redes sociales dominadas económicamente por ellos que utilizan los algoritmos para dar la dosis de miedo personal para cada uno. Porque, como ocurre en el mundo de Orwell de 1984 hay que buscar, para cada uno, aquello que le da miedo; no vale cualquier tortura, es necesario la personalización del miedo: en el caso del protagonista es aquella jaula que atan a su cara y en la que dentro dejan suelta a una rata hambrienta.
Unamos a esto unos partidos que repiten el eslogan de la reducción del Estado y la bajada de los impuestos, un mecanismo sobradamente conocido para favorecer a los más ricos (los más pobres quedan totalmente desatendidos sin posibilidad de acceder a la educación superior de calidad que es la que permite entrar en el famoso «ascensor social». En otras palabras, los más ricos se reservan así de la competencia y ganan para ellos los puestos de responsabilidad, los de dirección de la sociedad y de las empresas así como la dirección política. La bajada de impuestos supones, asimismo, un aumento de las desigualdades, la creación de una sociedad más injusta y, por tanto una sociedad inestable en la que la pobreza lleva a la delincuencia y la delincuencia a fomentar el miedo que vuelve a ser la gran baza de una política que ya no habla de razones sino de sentimientos.
Me da miedo que las cosas cambien
Ortega y Gasset llamó «ontofobia» al sentimiento que surge en aquellos para los cuales la aceptación de la vida y de sus rasgos es inasumible. Son personas incapaces de aceptar el carácter cambiante, imperfecto y mezclado de la realidad (que nos enseñó Heráclito).
Pero quien quiera un mundo que no se mueva, que no se renueve, que no se mezcle y que no manche no tiene más que matarse, porque ese mundo es la nada. A los ontofóbicos les pasa como a los teólogos medievales, que la visión asqueada y aterrorizada del mundo material del nacimiento y la corrupción, les lleva a rechazar, e incluso a destruir, la vida. Pero, si en lugar de fijarnos en la corrupción y en lugar de intentar frenarla con nuestras murallas en el aire, nos fijásemos en el nacimiento quizás nuestra vivencia del proceso cambiaría un poco.
[…]
Se trata de ser capaces de seguirle el ritmo a la historia y en lugar de encerrarnos en la melancolía autodestructiva del que desea que los relojes se detengan, como sucede en las elegías, prefiere abrirse a ese valiente mundo nuevo que ha llegado para quedarse. Para lo cual quizás podemos sustituir las pasiones tristes del miedo, la melancolía y el odio, por las pasiones alegres de la curiosidad (“¿cómo demonios será el mundo que viene?”)[…]
Quizás alguien con el estómago delicado, demasiado acostumbrado a la droga dura del privilegio o al dulce veneno del esencialismo, pueda sentir ante este tipo de visiones la bajona de la melancolía o el síndrome de abstinencia de la rabia. No sería la primera vez que una persona en proceso de desintoxicación ataca a los enfermeros, confundiéndolos con cucarachas o ratas gigantes, como en el cuento Los destiladores de naranjas, de Horacio Quiroga. Pero mejor una realidad modesta que una fantasía fastuosa o faustosa. Porque no se trata de vender al demonio de nuestros sueños el alma de nuestro ser real.
La muerte es la metralla de la vida, y quien no esté dispuesto a aceptarlo, debería llamar hoy mismo a Melancohólicos Anónimos.[…]
De modo que, además de lidiar con los factores objetivos que intensifican y desarreglan el miedo, debemos esforzarnos por cambiar nuestra subjetividad con el objetivo de hacernos capaces de vivir poderosamente en un mundo peligroso, o de vivir peligrosamente en un mundo poderoso. No importa. Necesitamos el dato y el relato. Como reza una de las bóvedas de la Abadía de San Juan Evangelista en Parma: Feras si domes feras. Si domas las fieras, las soportarás. Nadie dijo que sería fácil. Basta con que sea estimulante.
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