¿Qué es el «scroll infinito»? El scroll infinito es un método de diseño web que carga contenidos continuamente sin paginación. El efecto que produce sobre el visitante es adictivo dejándolo enganchado, sin límite de tiempo, a la observación de: una nueva ocurrencia; un nuevo vídeo gracioso, aterrador o simplemente impactante que supera al anterior; un consejo para conservar las plantas de tu hogar; una recomendación de a quién votar en las próximas elecciones…, y así,… sin límite, sin posibilidad de análisis y sin forma de activar la capacidad crítica; absorbiendo como esponjas un contenido a veces rallando lo inconsciente. Pero eso es lo que quiere la Plataforma, si nadie se lo prohíbe, que estés enganchado cuanto más tiempo mejor para ser sujeto de su publicidad que es realmente de donde obtiene ingentes beneficios (a ser posible una publicidad dirigida a ti, porque el programa realiza un «perfil» de cada uno de sus usuarios para determinar sus gustos, preocupaciones, intereses y necesidades a los que dirigir una publicidad y un contenido «personalizado»).
Y eso, un «scroll infinito», es lo que parece la acción política del presidente de la primera potencia económica mundial. Sin posibilidad de análisis, su comportamiento es un continuo aluvión de decisiones y de conductas, a cada cual más disparatada, sorprendente o contradictoria con las anteriores que nadie es capaz de digerir porque es imposible ir a su ritmo. Cuando pausas -o desconectas- para pensar lo que ha ocurrido o buscar información que desmienta sus barbaridades nada de eso está en la nueva actualidad dominada por nuevas barbaridades, nuevas mentiras o nuevos cambios de opinión que son claramente contradictorios con lo dicho sólo unos días antes. Lo gracioso (entiéndase la ironía) es que a ninguno de sus seguidores parece importarles nada de esto. Simplemente disfrutan de ese «scroll infinito» en el que, como en su teléfono, se limitan a ser espectadores de continuas ocurrencias o barbaridades que mueven con el clásico barrido hacia arriba de sus dedos sobre la pantalla.
Como explica Carlos C. Pérez, en su artículo «La tentación autolesiva de Trump. Cinco hipótesis del caos», Tinta Libre, junio 2025, págs. 28-31, la explicación de este comportamiento puede hacerse desde cinco hipótesis singulares.
A comienzos del presente siglo, un asesor de George W. Bush pronunció una de esas frases que regresan como un bumerán, adquiriendo una lucidez renovada en contextos históricos distintos: «Ahora somos un imperio y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras tú estudias esa realidad -con todo el juicio que quieras- nosotros volveremos a actuar, creando nuevas realidades, que tú también podrás estudiar, y así se irán ordenando las cosas. Nosotros somos los actores de la historia… y tú, todos ustedes, quedarán reducidos a estudiar lo que hacemos».
[…]
¿Qué lógica -si es que la hay- articula una política que parece, al mismo tiempo, errática y autodestructiva?
[…]
De esta indecisión -no exenta de escepticismo- nace este texto: un ejercicio especulativo que reúne hipótesis dispares como piezas de un rompecabezas condenado a permanecer incompleto. No todas explican lo mismo, ni con la misma escala: algunas apuntan a las intenciones, otras a los efectos, otras a la forma. Y en el fondo, quizá puedan disponerse en un eje: en un extremo, la idea de un gran plan mesiánico que justifica cualquier coste; en el otro, la pura errancia, sin más lógica que la pugna interna o la improvisación emocional. Tal vez la verdad no habite en ninguna de estas hipótesis por separado, sino en su entretejido: un tapiz roto y movedizo donde cada hilo aporta un fragmente de sentido, y donde hay tantas formas de caos como almas trumpistas. (Ibid., pág. 29)
Las hipótesis son cinco:
- La navaja de Hanlon: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez humana» (una versión del clásico principio de economía o también conocido como la «navaja de Ockham»). [Otros corolarios de dicho principio de economía son: La navaja de Hitchens – «lo que puede ser afirmado sin pruebas, puede ser descartado sin pruebas«; la navaja de Newton: «no debemos inventar causas innecesarias«; o la navaja de Alder: «si algo no puede ser probado ni refutado por la experimentación, no es científicamente relevante.» (citados por el autor)]. Esto simplemente nos enseña que las explicaciones más simples son siempre las preferibles: por qué pensar en un sofisticado plan de un sofisticado y retorcido presidente, cuando todo puede ser el resultado de su incompetencia y de su estupidez. No despreciemos el poder de la estupidez, pues, como decía Proust: «Contra la estupidez, luchan en vano hasta los propios dioses» (citado por el autor).
- La pulsión freudiana de muerte. Eros y Thanatos habitan, según Freud, en la mente humana y es este último el que explica las pulsiones agresivas hacia los otros y autodestructivas que encontramos en los humanos. ¿Puede ser esta la explicación de la psique de Trump y de sus votantes? Porque ¿puede haber una explicación psicológica a los comportamientos tanto de uno como de los otros? «En este sentido, parecería que Trump invita a América a retroceder a estadios previos de su desarrollo vivilizatorio, a desacralizar la ciencia, relativizar la razón, declarar obsoleta la verdad, liberar al poder de toda restricción ética y desactivar los pilares del contrato social. Trump aparece así como un convocante de pulsiones primitivas, un atávico que ofrece a sus seguidores un espacio donde liberar deseos prohibidos, instintos voraces, rabias sin contención. Su idea de América es un teatro propicio para que esas fuerzas latentes se traduzcan en actos concretos. Y en ello, paradójicamente, hay placer: una forma de alivio psíquico al entregarse a lo que la cultura había reprimido. Lo que al análisis político le parece delirio, aquí se revela como catarsis colectiva» (Ibid., pág. 30)
- La hybris de Eurípides. Hace referencia al crimen de la soberbia que afecta al gobernante que padece un exceso de orgullo, un ansia de gloria individual, una ambición desmedida, un deseo por desafiar los límites humanos en una especie de ilusión de invulnerabilidad. A eso los griegos lo llamaban «hybris» y nunca terminaba bien. «Arnold J. Toynbee retomó esta idea como clave para explicar la decadencia de las civilizaciones. Para el historiador británico, los imperios no caen por amenazas externas, […] [sino por fallos internos provocados por] una ceguera autodestructiva que se instala en las élites cuando alcanzan el poder hegemónico. […] [son] civilizaciones que, tras conquistar el mundo, se devoran a sí mismas, arrastradas por la desmesura. Así ocurrió con Roma, y también con ciertas potencias imperiales modernas. […] Trump actúa como si las estructuras de la economía global, los equilibrios estratégicos ente naciones o las normas constitucionales de su país fuesen obstáculos menores, fácilmente moldeables a su voluntad. Cada arancel, cada desafío institucional, cada ruptura con el tejido tradicional de alianzas no responde tanto a un cálculo racional como a una afirmación de poder bruto, de dominio absoluto. […] quienes olvidan los límites acaban devorados por su propio delirio. Bajo la hipótesis de hybris, Trump, como los héroes solitarios de la Grecia arcaica, arrastra consigo no sólo su destino sino también el de quienes, fascinados por su aura de invulnerabilidad, no ve -o no quieren ver- el abismo que se abre bajo sus pies.» (Ibid., pág. 30)
- El complotismo. Es curioso cómo el fenómeno conspiranoico se ha convertido en un «fenómeno de masas». Una nueva moda que arrasa en las redes sociales y que convence a multitudes demostrando la dejadez de los sucesivos gobiernos para preparar y educar a sus ciudadanos en un pensamiento racional y crítico (ahora totalmente denostado). Frente a ello, el pensamiento conspiranoico tiene el atractivo de desvelar lo que te ocultan, pero, sobre todo, de ser una teoría sin fisuras pues mientras «En la realidad siempre queda algún cabo suelto; en las ficciones conspiranoicas, en cambio, todo encaja a la perfección.» (Ibid., pág. 30). «Como ocurre con toda buena teoría conspirativa, lo esencial no es su veracidad, sino su poder explicativo. Frente al vértigo del sinsentido, se impone la ilusión de un diseño secreto: detrás del desastre, un plan; detrás del bufón, un estratega. Tal vez no hay nada de eso. Tal vez lo que hay -como núcleo emocional del complotismo contemporáneo- sea simplemente el deseo de que el caos tenga autoría, y el poder, propósito. O, más perversamente aún, la convicción de que el coste es irrelevante si el rumbo responde a un imaginario lo bastante fuerte: castigar a los infieles, liberar al mercado, blindar a los nuestros.» (Ibid., pág. 31)
- Un tumor cerebral. Como señaló Mike Davis (citado por el autor) no nos encontramos en un momento de crisis fruto de un cambio de época que está empezando a generar una nueva, sino ante un «tumor cerebral en la clase dominante» que les impide analizar la realidad y diseñar un nuevo proyecto de futuro. «No se trata simplemente de torpeza, sino de un nihilismo activo, un vaciamiento estructural de visión histórica y vocación política por parte de quienes comprender -y practican- el poder desde el aventurismo más irresponsable. […] la clase dirigente ya no ignora el rumbo del mundo por desdén o ineptitud, sino porque ha perdido la capacidad de pensar más allá del presente inmediato. No hay estrategia, ni horizonte. Lo que queda es una amalgama de tácticas de distracción bien afinadas, bien diseñadas, que reemplazan toda arquitectura ideológica. […] En este contexto, la extrema derecha no es tanto una alternativa coherente como un síntoma de esa disolución. Carece de un proyecto integral, pero sabe operar con destreza en el vacío: reduce el mundo a eslóganes, proyecta la culpa sobre chivos expiatorios y figuras espectrales -los migrantes, lo woke, los pronombres-, canaliza el resentimiento en clave reaccionaria. No hay un gran cálculo maestro detrás de todo ello. […] Más que un proyecto, hay un aventurismo desatado: una voluntad de acción sin cálculo, sin estrategia, sin legado. […] Puede que hoy, […], lo grotesco no sea el preludio de lo nuevo, sino la forma prolongada y eficaz de una dominación que ya no necesita siquiera disfrazarse de grandeza.» (Ibid., pág. 31). Frente a todo esto, la izquierda se encuentra paralizada. Observa un espectáculo desquiciado que no sabe cómo nombrar, sin proyecto (o con un proyecto que necesita ser explicado y argumentado frente a un público que prefiere las explicaciones mágicas y simplistas que les ofrece el pensamiento conspiranoico) y con la desventaja de vivir con la duda, la revisión, la reformulación de objetivos, el deseo de coherencia y el freno que supone unos principios morales con los que pretende dirigir su conducta.
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