Ahora que el rey Juan Carlos se empeña, en sus memorias, en arrogarse la llegada de la democracia a España como un logro personal y su legado (y no el fraude fiscal ni su actitud tibia ante los golpistas de 1981 y anteriores) conviene reivindicar lo que señalan los historiadores y quienes conocieron de primera mano aquella etapa: y es que la «Transición» no fue un regalo del rey sino una conquista de los ciudadanos de a pié que lucharon en las fábricas, en las Universidades y en multitud de ámbitos más, como las asociaciones ciudadanas, para hacer de este país un estado democrático y moderno en la misma línea que nuestros vecinos europeos. Y para ello fue necesario luchar contra unas estructuras franquistas que dominaban parte de la política, los estamentos militares, la policía y la judicatura. En un estado extremadamente represor, salir a la calle y protestar era poner en peligro la propia libertad e incluso, como a muchos les ocurrió, su propia vida.

La verdad de la Transición no fue como se nos contó. No fue pacífica: entre 1975 y 1982 murieron en España más de 700 personas por violencia política, víctimas del terrorismo, de los grupos ultras y de la represión policial. Tampoco fue fruto de un generoso consenso entre españoles sino de la correlación de fuerzas: la dictadura no tenía el poder suficiente para continuar y los demócratas tampoco tenían la fuerza necesaria para una ruptura total, que purgara las instituciones y juzgara los crímenes del sangriento régimen anterior. No hubo perdón, sino impunidad, bajo la permanente amenaza de una nueva rebelión militar. Y menos aún fue el generoso regalo de un rey de grandes ideales éticos o democráticos –después no los demostró–, sino su única salida viable para salvar la corona a largo plazo.

Ignacio escolar, «La transición que no nos contaron», Revista 49 eldiario.es: «la transición. La democracia no la trajo el rey, se ganó en la calle», pág. 5

La democracia no fue un regalo

Tras la muerte de Franco todo siguió igual. El miedo en las calles continuaba, pero comenzaron a oírse las voces de quienes deseaban la llegada de la democracia, todo ello en medio de un estado salvajemente represivo.

La primera apuesta del rey Juan Carlos de Borbón fue por el búnker, por Carlos Arias Navarro. No solo confirmó su nombramiento tras la muerte de Franco: también le rogó que siguiera tras un primer intento de dimisión. Ese rumbo solo cambió tras la enorme presión de los sindicatos, los estudiantes, los partidos democráticos y los movimientos sociales durante 1976. Solo en el primer trimestre de ese año hubo más de 17.000 huelgas. Fue esa movilización popular –y el
contexto internacional– lo que tumbó aquel intento de perpetuar la dictadura.
La Transición no fue lo que nos contaron. Pero su verdadera historia sí es un éxito que conviene destacar: el de la lucha de la sociedad por la libertad, con las manos desnudas.
[…]
También ayudaron los votos: cuando en España se abrieron por primera vez las urnas tras un secuestro de cuatro décadas, el franquismo quedó relegado a un rincón. La derecha mayoritaria fue el aperturismo de la UCD, no los siete magníficos de Manuel Fraga.
[…]
Aquella Alianza Popular de la que nació el PP votó en contra de la Ley de Amnistía. Tacharon de “golpe de Estado” la legalización del Partido Comunista. Votaron en contra del modelo autonómico –el Título VIII– y se dividieron en el respaldo definitivo en el Congreso a la Constitución.
Los herederos de aquella derecha autoritaria son los mismos que hoy están reivindicando una Transición a la que entonces se opusieron, con el mismo fervor que se intentan apropiar de una Constitución que tampoco votaron, y de la que ignoran buena parte de sus artículos.
La democracia no fue un regalo: el pueblo español la ganó en la calle. Pero el relato oficial de la Transición convirtió esa victoria colectiva en una epopeya monárquica, borrando las huelgas, las manifestaciones, la sangre derramada y el miedo constante al ruido de sables.

ibid., pág. 5

El intento de «golpe de estado» del 23 de febrero de 1981

El rey llevaba mucho tiempo enfrentado a Adolfo Suárez, al
que quería hacer caer. Las últimas semanas previas al golpe están plagadas de broncas entre un presidente del Gobierno elegido en las urnas y un jefe del Estado que no entendía su papel constitucional y pretendía mandar sobre él. El hombre de máxima confianza del monarca era precisamente Alfonso Armada, el general condenado como cerebro del golpe. Y luego está el dato incontestable: el tiempo otra vez. El asalto al Congreso fue a las 18:23 del 23 de febrero de 1981, pero el mensaje televisado del rey pidiendo a los amotinados que depusieran las armas tardó siete horas en llegar. Para entonces, el golpe ya había fracasado, precisamente por el rechazo de Tejero a aceptar ese gobierno de concentración que le proponía Armada, la mano derecha del rey.

ibid., pág. 5

Entrevista a Nicolás Sartorius: «La historia que nos han contado de la Transición es una gran mentira» (Revista nº 49 elDiario.es, págs. 6-12)

[La España de la dictadura] Era una España pobre, cutre, sin libertades de ningún tipo, gris, corrupta. La prueba es que, cuando terminó, no había nada. En las primeras elecciones municipales, en el año 79, los programas de los partidos democráticos eran alcantarillado, que hubiera un centro escolar, que pusieran agua corriente… […] Los tribunales estaban al servicio de la dictadura. No había justicia de ningún tipo y la represión era durísima.

[…]

Yo siempre he dicho que Franco murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle. […] España es el único país de Europa occidental que conquista la democracia sin apoyo de ejércitos, ni extranjeros ni de su país.
Todas las democracias occidentales las traen los ejércitos aliados cuando ganan la Guerra Mundial; toda Europa, menos Gran Bretaña, que era un régimen liberal. Y en Portugal, el ejército de su país. Pero no ha habido ni un solo país que haya conquistado la democracia a través del esfuerzo de los propios ciudadanos. Claro, eso explica por qué se tardó tanto. Pero es que una parte del pueblo español nunca dejó de luchar contra la dictadura desde el año 39.

[…]

Las movilizaciones del primer trimestre del 76 no se explican sin las que hubo antes, desde el 69. La movilización hubo que irla creando, acumulando fuerzas: Comisiones Obreras, el movimiento estudiantil, los barrios, las mujeres, sectores de la judicatura, militares de la UME…

[…]

Primero hay un intento de continuidad de la dictadura.
La prueba de ello es que cuando muere Franco, el rey, nuevo jefe del Estado que hereda los poderes de Franco, confirma a Arias Navarro como jefe del Gobierno, al que ya Franco le había nombrado tras la muerte de Carrero y que era un represor tremendo. El carnicerito de Málaga le llamaban por la represión que había hecho allí después de la guerra. Este era el duro, porque había otras opciones más abiertas, como Fernández-Miranda. Pero se escogió el más duro y el rey no solamente lo confirma, sino que después, cuando Arias le presenta la dimisión porque el rey se reúne con los militares sin consultárselo, manda inmediatamente al jefe de la Casa Real, a Mondéjar, para que por favor le pida a Arias que no dimita. ¿Eso qué quiere decir? Que cuando muere
Franco, la dictadura continúa. Hubo más procesos del Tribunal de Orden Público en el año 76, ya muerto Franco, que en la época de Franco.

La represión se endureció con la muerte del dictador. […] porque también aumentó la movilización. […] Eso es lo que realmente acaba con el Gobierno Arias.

Tras Arias Navarro, el rey nombra a Adolfo Suárez. […] él es un hombre que comprende que su papel histórico es facilitar la llegada de las libertades y la democracia a España. Suárez es un hombre sin una ideología, ni falangista ni social, pero tiene un sentido social bastante acentuado. En mi opinión, no era un representante orgánico de la oligarquía ni del gran empresariado, sino que era un hombre pragmático, con una idea clara con Juan Carlos, que era que había que facilitar la llegada de la democracia a España Tras Arias Navarro, el rey nombra a Adolfo Suárez. […] él es un hombre que comprende que su papel histórico es facilitar la llegada de las libertades y la democracia a España. Suárez es un hombre sin una ideología, ni falangista ni social, pero tiene un sentido social bastante acentuado. En mi opinión, no era un representante orgánico de la oligarquía ni del gran empresariado, sino que era un hombre pragmático, con una idea clara con Juan Carlos, que era que había que facilitar la llegada de la democracia a España o este país no tenía salida.

Suárez aprueba la legalización del partido Comunista. [Suárez se da cuenta de que sin esta legalización y la de CC.OO. no habrí sido posible nada por el clima de protesta social que había en la calle y en los centros de trabajo]

Los Pactos de la Moncloa.

[En el verano de 1977 Adolfo Suárez llamó a los sindicatos UGT, USO y CC.OO. para proponerles la aprobación de una ley laboral: el «Estatuto de los trabajadores» y les propone unas conversaciones para llegar a un pacto social de rentas con el que conseguir controlar una inflación desbocada del 27% anual. Los sindicatos se mostraron en contra de bajar los salarios pero le propusieron un acuerdo político más general que estarían dispuestos a apoyar.]

Es entonces cuando Suárez convoca a los partidos políticos a la Moncloa y de ahí salen los pactos de la Moncloa. De todo lo que se pactó, solo se cumplieron dos cosas. Una, que se controló la inflación, ligando los salarios a la inflación futura y no la pasada. Y dos, que se empezaran a pagar impuestos. Fue la contrapartida: yo controlo el crecimiento de la inflación, pero tú empiezas a pagar impuestos. [Así nació en España el IRPF].

Teníamos un sistema fiscal completamente inexistente. Uno de los botines de la Guerra Civil para los vencedores fue la fiscalidad. En la época de Franco, había una presión fiscal que nunca pasó del 15%. El gran botín de la guerra fue la parte agraria, la de las fincas. Se cargaron la reforma agraria que había hecho la II República y se instauró el imperio total de los terratenientes. Y luego también se llevaron el botín de no pagar impuestos.

Y así se acabó con cualquier capacidad de servicios públicos.
Con el 15% de presión fiscal, que es la que tienen normalmente los países de América Latina, no tienes educación, ni sanidad, ni carreteras, no tienes nada. Solamente da para pagar a la policía. Es muy interesante ver los presupuestos de la época de Franco: entre el Ejército, la Guardia Civil y la Policía, se llevaban el 80%.