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La emergencia de lo cualitativo

Emergencia

El salto cualitativo, es decir, la aparición de una cualidad nueva en una realidad que no la poseía ha sido, tradicionalmente, uno de los recursos utilizados para justificar la necesidad de la existencia de un dios capaz de llevar lo real a un nivel cualitativo superior de vida o de conciencia.

En otras palabras, si en el universo original sólo existían elementos inorgánicos ¿cómo es posible explicar la aparición de lo orgánico, y de ello la vida, y de la vida la conciencia, y de la conciencia la mente humana?

Los científicos hace tiempo que demostraron que es posible generar elementos químicos orgánicos a partir de los inorgánicos; de manera que la existencia de un ser superior capaz de introducir esa nueva «cualidad» en lo orgánico ya no era necesaria.

Sin embargo, ¿y si la emergencia cualitativa nace del observador, de un ser con conciencia capaz de entender aquello nuevo a lo que ha dado lugar lo existente?

Recuerda a lo que ocurre con la definición fuerte y débil de la inteligencia artificial: ¿una máquina que juega al ajedrez sabe jugar al ajedrez? Para un observador exterior su comportamiento le dice que sí, pero ¿realmente lo hace? Porque verdaderamente la máquina no tiene «conciencia» de lo que está haciendo. Como las neuronas tampoco «saben» que están llevando a cabo procesos inteligentes. Es, en suma, una nueva recurrencia de la «habitación de Searle» de la que tanto se ha hablado.

La conciencia es el resultado de la acción combinada de una serie de estructuras nerviosas que operan consumiendo energía y que desde su composición inorgánica dan lugar a la configuración de una «realidad» de la que sabemos que es un constructo de dicha conciencia. Lo real, como sea en sí mismo, -como nos enseñó Kant- escapa a nuestra comprensión. De hecho, la pérdida de actividad del sistema por un fallo de sus componentes o por una pérdida de la energía que lo alimenta hace que la conciencia desaparezca para siempre, como lo hace «su realidad» y como lo hace el «yo», eso que llamamos «identidad personal». Para los demás habremos muerto, aunque nosotros no lo sepamos.

Bernat Castany Prado – «Felicidad de mínimos. Filosofía y salud mental»

Hemos patologizado la vida. Cualquier contratiempo, cualquier problema existencial, moral o político lo hemos convertido en una enfermedad, y así nos convencemos de que tiene una fácil solución fácil y automática mediante un medicamento. Ni siquiera cuando recurrimos a terapias para afrontar los problemas estamos dispuestos a que nos digan que lo que nos ocurre se debe a una serie de hábitos que debemos cambiar , ni estamos dispuestos a razonar nuestra situación y modificar todo aquello que nos revele nuestro análisis. Hemos olvidado que, a veces, simplemente debemos aceptar el carácter problemático de la vida y de las situaciones a las que nos enfrentamos. Recuerda a la actitud de aquel psiquiatra que decía lastimeramente: «¡a mí no me cuente su vida!; que yo soy pastillero». Así que no me aburra, no me haga pensar, no me obligue a cambiar, no me diga que debo aceptar lo que me sucede: ¡deme una pastilla ya!.

Enrique Jardiel Poncela decía que «la medicina es el arte de acompañar al enfermo hasta la tumba consolándolo con palabras griegas». Esta broma, más propia de un tiempo pasado no mejor, en el que la medicina dejaba al enfermo, en el mejor de los casos, tal y como estaba, ha recobrado cierta actualidad en el ámbito de la psicología y la psiquiatría. Lo cual no es culpa suya, sino del nuevo paradigma de la «salud mental», que les está obligando a tratar, como si fuesen meras enfermedades, lo que en muchas ocasiones son sobre todo problemas existenciales, morales o políticos, que piden (a gritos) otro tipo de enfoque.
[…]
Primero, este nuevo enfoque ha acabado dando lugar a una especie de inflación patologizante, Pues identificar, de un lado, «la salud mental» con la «felicidad», y, del otro, «la felicidad» con la ausencia de toda insatisfacción o tristeza, nos ha condenado a sentirnos permanentemente enfermos, en lugar de razonablemente infelices. […] Pues a nosotros nos falta poco para que sea una excepción llorar de tristeza natural. El problema de fondo -esto es, filosófico- es que el enfoque patologizante concibe el cambio, la imperfección y la finitud como virus o bacterias que podemos destruir; y la tristeza, el miedo y la frustración que suelen provocarnos, como síntomas que debemos eliminar. Cuando son rasgos estructurales de la realidad, y de la vida. […] Es célebre la metáfora kantiana de la paloma que, al notar la resistencia del aire en sus alas, pensó que en el vacío volaría mejor, cuando en el vacío es imposible volar, porque la resistencia del aire es a la vez límite y condición de posibilidad. Por eso, para Goethe, lo romántico, que odia el límite, es «lo enfermo», y lo clásico, que intenta amarlo, es «lo sano».
[…]
Segundo, la idea misma de que la salud/felicidad es la ausencia de toda tristeza o insatisfacción tiende a provocarnos una cierta hipocondría psicológica, que hace que muchos de nosotros no suframos tanto por estar tristes o ansiosos, como no sentirnos lo suficientemente felices y satisfechos. Nos hemos vuelto como aquel hombre que despertó a su mujer porque se había olvidado de tomar las pastillas para dormir.

Revista tinta libre, marzo 2024, pág. 14

«¡A la psicología, lo que es de la psicología, y a la filosofía, lo que es de la filosofía!»

La filosofía (abandonada socialmente durante tanto tiempo) recupera, en este momento, su utilidad esencial como diálogo sobre la estrategia, es decir, sobre los objetivos de la vida personal y social, y sobre los medios para alcanzarlos.

Como en cualquier otro momento de la historia, estamos ante una situación que requiere análisis y discusión racional. La diferencia con los anteriores puede estribar en la necesidad de desenmascaramiento de su verdadero carácter. Pues estamos errando el enfoque: una comprensión profunda de los problemas que se nos presentan como personales (psicológicos-individuales) puede desvelarnos que, en realidad, son éticos y políticos (dentro del ámbito de lo social y de lo colectivo -tan denostado últimamente).

Como explica Naomi Klein, el poder económico y el capitalismo tecnológico están interesados en reducir la vida y la política a una simple reacción constante a una sucesión de emergencias o «crisis existenciales, económicas, sociales o ecológicas, con el objetivo de que no podamos pensar ni organizarnos«. La idea, como señalan Edgar Cabanas y Eva Illouz es «despolitizar el malestar que nos provoca la precariedad o la alienación» para evitar que los individuos se rebelen contra una situación de absoluta injusticia.

La epidemia de la psicopatología

Parece como si debiéramos instalarnos en una especie de masoquismo psicológico en el que no debemos ver cuan moderadamente felices somos sino castigarnos por no sentirnos lo suficientemente felices y satisfechos, situados en un máximo siempre inalcanzable e irreal. Es como aquel hombre que despertó a su mujer porque no se había tomado las pastillas para dormir. Estamos tan obsesionados y hemos perdido la brújula de tal manera que nuestra actitud colabora con el problema en lugar de poner de su parte para solucionarlo.

El sistema de salud mental está sobrecargado porque se han considerado como problemas propios lo que no son sino problemas sociales, éticos y políticos. Cuando los profesionales de la salud han comenzado a comprender esta situación es cuando han empezado a distinguir entre lo que son verdaderas patologías, de aquello que requiere un enfoque más filosófico (ético-político) que terapéutico. Un enfoque que, para el paciente, en el fondo, resulta emancipador.

En este sentido la filosofía (no al académica, ni la malentendida «filosofía de autoayuda» que ni es filosofía ni ha ayudado nunca a nadie -como señala el autor-) puede «cumplir una función importante en el bienestar de las personas» al aportar un nuevo enfoque. Hablamos de la filosofía entendida como «práxis», es decir, como filosofía práctica ocupada por ayudar a la persona (y al grupo social) a determinar los fines y las reglas existenciales para la vida. Un proyecto existencial en el que se respete la idiosincrasia de lo real, recogiendo la variabilidad, la finitud, la imprecisión, las exigencias, los miedos y las tentaciones como elementos esenciales de la vida.

La filosofía es un intento de resistir a las sirenas (griegas) del idealismo, que entendemos aquí como una fantasía compensatoria de corte nihilista. Frente a los rasgos constitutivos de lo vivo, como son el cambio, al imperfección o la impureza, sueña con otro mundo, teológico o metafísico, que posee los rasgos constitutivos de lo muerto, coo son la estabilidad, la perfección o la pureza. Cuando un psicólogo como Peter Gray afirma que la actual «epidemia de psicopatología» en niños y adolescentes está relacionada con la reducción gradual del nivel de independencia de los jóvenes, tenemos que ser capaces de ver que detrás de esa ansiosa hiperprotección, esté el miedo idealista hacia la realidad, que sólo podemos comprender y combatir gracias a la filosofía.»

ibid, pág. 17

«Hay que repolitizar nuestro malestar». Olvidémonos de la autoayuda que convierte todos los problemas en problemas individuales que el sujeto debe solucionar por sí mismo: «privatizando nuestro malestar» y descontextualizándolo de sus «circunstancias materiales colectivas». Mark Fisher la describe como una «hedonía depresiva» en la que «nuestras sensaciones de asco y vergüenza tienen un profundo significado político» (Martha Nussbaum).

Descubramos hasta qué punto estamos alienados e instrumentalizados por un sistema político-económico absolutamente deshumanizante.

Decía Chesterton que «demasiado capitalismo no quiere decir muchos capitalistas, sino muy pocos capitalistas». Y es posible que una sociedad mentalmente sana no quiera decir muchas personas «felices» (al menos no en el sentido que la happycracias nos inflige), sino muchas personas capaces de lidiar con las infelicidades constitutivas de la vida (lo cual es toda la felicidad a la que podemos aspirar). Debemos resistir, pues, la tentación de concebir la vida como una enfermedad. Para ello debemos aprender a distinguir entre aquello que puede ser tratado mediante la práctica filosófico-literaria, y que debería impregnar la educación, la sociabilidad y la política, y aquello que excede sus competencias, y necesita de ayuda psicológica y psiquiátrica. La frontera no es clara, porque nada lo es. Y no pasa nada.

[…] la filosofía de este artículo es imperfecta [como lo es cualquier filosofía honesta,…] pero es tan sabia,…

Ibid, pág. 17

El catastrofismo como mecanismo de defensa

https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/catastrofismo-climatico-lujo-no-permitir_129_10413162.html

Resulta demasiado inquietante vivir con la idea de un futuro impredecible, de ahí que se opte, con facilidad, por el derrotismo. Suponer la derrota inevitable otorga una sensación de seguridad (de predictibilidad) y, al mismo tiempo, de larvado optimismo; pues si me equivoco, todo con lo que me encuentre será algo mejor.

En la lucha contra el cambio climático, mucha gente parece buscar más pruebas de que estamos derrotados que de que podemos ganar […]

Es una rendición por anticipado que incita a otros a hacer lo mismo. Cuando se anuncia que el resultado está cantado y que ya hemos perdido, nos quitan la motivación para participar. Y por supuesto, no hacer nada significa conformarse con el peor resultado de todos. […]

No sé por qué tanta gente parece entregada a sembrar el desánimo, pero tal vez sea por una confusión entre hechos y sentimientos. Siempre digo que respeto la desesperación como emoción, pero no como análisis. […]

Los sentimientos se merecen todo el respeto como sentimientos, pero como fuente de información solo hablan de ti.

[…] es lo que Antonio Gramsci quería decir con su célebre frase “pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad”.

Rebecca Solnit, The Guardian

Montaigne sobre la máxima «conócete a ti mismo»

por Juan Pablo Anaya, a través de Montaigne sobre la máxima «conócete a ti mismo»

“Preferiría entenderme bien a mí mismo que entender a Cicerón. Harto tendría con mi propia experiencia para hacerme sabio, si fuera buen estudiante. Quien conserva en su memoria los excesos de su pasada cólera y hasta dónde le llevó esa fiebre ve la fealdad de esta pasión mejor que leyendo a Aristóteles, y alimenta odio más justo contra ella. Quien recuerda los males que ha sufrido, aquellos que lo han amenazado, las livianas circunstancias que le han hecho pasar de un estado a otro, preparase así a las mutaciones futuras y a la asunción de su condición. No es la vida de César más ejemplar que la nuestra, para nosotros; y por emperadora o popular que sea, siempre será una vida expuesta a todos los acontecimientos humanos… ¿Quien se acuerde de tantas y tantas veces como ha errado su propio juicio no es un necio si no desconfía de él para siempre? Cuando la razón ajena me convence de la falsedad de una idea, no aprendo tanto lo nuevo que me ha dicho, ni esa ignorancia particular (poco fruto sería), como aprendo en general mi debilidad y la traición de mi entendimiento; por lo cual llego a dominar todo el conjunto. Con todos mis demás errores hago lo mismo; y siento que es esta regla muy útil para la vida… El aprender que se ha dicho o hecho una necedad, no es nada; es menester aprender que se es un necio, enseñanza harto más amplia e importante… Si cada cual espiase de cerca los efectos y las circunstancias de las pasiones que lo dominan, como he hecho yo con aquella a la que he tocado en suerte, veríalas venir y aminoraría algo su impetuosidad y su carrera. No siempre se nos echan encima de repente; hay amenazas y grados. ‘Así al primer soplido el mar empieza a blanquearse, poco a poco las olas se agrandan y más alto se levantan, y del fondo del abismo suben hasta las nubes’ (Virgilio, Eneida). Ocupa el juicio en mí lugar magistral, o al menos esfuérzase por ello laboriosamente; deja que mis apetitos vayan a su aire, y el odio y el amor, incluso el que me profeso a mí mismo, sin alterarse ni corromperse. Si no puede reformar a su modo mis otros aspectos, al menos tampoco se deja reformar por ellos: hace juego aparte.

La advertencia de que cada cual se conozca ha de ser de gran trascendencia, puesto que aquel dios de ciencia y de clarividencia lo hizo poner en el frontal de su templo, como si comprendiera todo cuanto había de aconsejarnos. Dice también Platón que la prudencia no es sino el cumplimiento de esta ordenanza, y Sócrates lo demuestra detalladamente a través de Jenofonte. No se perciben las dificultades y la oscuridad de cada ciencia si no se adentra uno en ella. Pues también es menester cierto grado de inteligencia para poder percatarse de que se ignora, y es menester empujar una puerta para saber que nos está cerrada. De donde nace esta sutileza platónica de que ni aquellos que saben han de preguntarse, puesto que saben, ni aquellos que no saben, puesto que para preguntarse es menester saber sobre lo que uno se pregunta. Y así, en esta de conocerse a sí mismo, el que cada cual este tan resuelto y satisfecho, el que cada cual crea estar lo bastante enterado, significa que nadie entiende nada de nada, como enseña Sócrates a Eutidemo según Jenofonte. Yo, que no pretendo otra cosa, hallo profundidad y variación tan infinita, que mi aprendizaje no tiene más fruto que el de mostrarme cuánto me resta por aprender. A mi tan a menudo reconocida debilidad debo la inclinación que tengo a la modestia, a la obediencia de las creencias que me han sido ordenadas, a una constante frialdad y moderación de ideas, y el odio por esa arrogancia importuna y discutidora que se cree y se fía por entero de sí misma, enemiga capital de la disciplina y de la verdad. Oídles perorar: al proferir las primeras necedades hácenlo al estilo con el que se establecen religiones y leyes. ‘Nada más indigno que dar paso a la aserción y a la decisión antes de la percepción y del conocimiento’ (Cicerón, Académicas)… Son la afirmación y la obstinación signos manifiestos de necedad. […] ¿Cree acaso este testarudo rebelde hacerse con nueva inteligencia por empezar una nueva discusión? Declaro por mi propia experiencia la ignorancia humana, lo cual es, a mi parecer, el partido más seguro de la escuela del mundo.”

Michel de Montaigne, “De la experiencia” en Ensayos (trad. Almudena Montojo, Madrid: Cátedra, 2006), págs. 333-336.

https://bordarretazos.net/2018/06/03/montaigne-sobre-la-maxima-conocete-a-ti-mismo-2/