Hemos patologizado la vida. Cualquier contratiempo, cualquier problema existencial, moral o político lo hemos convertido en una enfermedad, y así nos convencemos de que tiene una fácil solución fácil y automática mediante un medicamento. Ni siquiera cuando recurrimos a terapias para afrontar los problemas estamos dispuestos a que nos digan que lo que nos ocurre se debe a una serie de hábitos que debemos cambiar , ni estamos dispuestos a razonar nuestra situación y modificar todo aquello que nos revele nuestro análisis. Hemos olvidado que, a veces, simplemente debemos aceptar el carácter problemático de la vida y de las situaciones a las que nos enfrentamos. Recuerda a la actitud de aquel psiquiatra que decía lastimeramente: «¡a mí no me cuente su vida!; que yo soy pastillero». Así que no me aburra, no me haga pensar, no me obligue a cambiar, no me diga que debo aceptar lo que me sucede: ¡deme una pastilla ya!.
Enrique Jardiel Poncela decía que «la medicina es el arte de acompañar al enfermo hasta la tumba consolándolo con palabras griegas». Esta broma, más propia de un tiempo pasado no mejor, en el que la medicina dejaba al enfermo, en el mejor de los casos, tal y como estaba, ha recobrado cierta actualidad en el ámbito de la psicología y la psiquiatría. Lo cual no es culpa suya, sino del nuevo paradigma de la «salud mental», que les está obligando a tratar, como si fuesen meras enfermedades, lo que en muchas ocasiones son sobre todo problemas existenciales, morales o políticos, que piden (a gritos) otro tipo de enfoque.
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Primero, este nuevo enfoque ha acabado dando lugar a una especie de inflación patologizante, Pues identificar, de un lado, «la salud mental» con la «felicidad», y, del otro, «la felicidad» con la ausencia de toda insatisfacción o tristeza, nos ha condenado a sentirnos permanentemente enfermos, en lugar de razonablemente infelices. […] Pues a nosotros nos falta poco para que sea una excepción llorar de tristeza natural. El problema de fondo -esto es, filosófico- es que el enfoque patologizante concibe el cambio, la imperfección y la finitud como virus o bacterias que podemos destruir; y la tristeza, el miedo y la frustración que suelen provocarnos, como síntomas que debemos eliminar. Cuando son rasgos estructurales de la realidad, y de la vida. […] Es célebre la metáfora kantiana de la paloma que, al notar la resistencia del aire en sus alas, pensó que en el vacío volaría mejor, cuando en el vacío es imposible volar, porque la resistencia del aire es a la vez límite y condición de posibilidad. Por eso, para Goethe, lo romántico, que odia el límite, es «lo enfermo», y lo clásico, que intenta amarlo, es «lo sano».
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Segundo, la idea misma de que la salud/felicidad es la ausencia de toda tristeza o insatisfacción tiende a provocarnos una cierta hipocondría psicológica, que hace que muchos de nosotros no suframos tanto por estar tristes o ansiosos, como no sentirnos lo suficientemente felices y satisfechos. Nos hemos vuelto como aquel hombre que despertó a su mujer porque se había olvidado de tomar las pastillas para dormir.
Revista tinta libre, marzo 2024, pág. 14
«¡A la psicología, lo que es de la psicología, y a la filosofía, lo que es de la filosofía!»
La filosofía (abandonada socialmente durante tanto tiempo) recupera, en este momento, su utilidad esencial como diálogo sobre la estrategia, es decir, sobre los objetivos de la vida personal y social, y sobre los medios para alcanzarlos.
Como en cualquier otro momento de la historia, estamos ante una situación que requiere análisis y discusión racional. La diferencia con los anteriores puede estribar en la necesidad de desenmascaramiento de su verdadero carácter. Pues estamos errando el enfoque: una comprensión profunda de los problemas que se nos presentan como personales (psicológicos-individuales) puede desvelarnos que, en realidad, son éticos y políticos (dentro del ámbito de lo social y de lo colectivo -tan denostado últimamente).
Como explica Naomi Klein, el poder económico y el capitalismo tecnológico están interesados en reducir la vida y la política a una simple reacción constante a una sucesión de emergencias o «crisis existenciales, económicas, sociales o ecológicas, con el objetivo de que no podamos pensar ni organizarnos«. La idea, como señalan Edgar Cabanas y Eva Illouz es «despolitizar el malestar que nos provoca la precariedad o la alienación» para evitar que los individuos se rebelen contra una situación de absoluta injusticia.
La epidemia de la psicopatología
Parece como si debiéramos instalarnos en una especie de masoquismo psicológico en el que no debemos ver cuan moderadamente felices somos sino castigarnos por no sentirnos lo suficientemente felices y satisfechos, situados en un máximo siempre inalcanzable e irreal. Es como aquel hombre que despertó a su mujer porque no se había tomado las pastillas para dormir. Estamos tan obsesionados y hemos perdido la brújula de tal manera que nuestra actitud colabora con el problema en lugar de poner de su parte para solucionarlo.
El sistema de salud mental está sobrecargado porque se han considerado como problemas propios lo que no son sino problemas sociales, éticos y políticos. Cuando los profesionales de la salud han comenzado a comprender esta situación es cuando han empezado a distinguir entre lo que son verdaderas patologías, de aquello que requiere un enfoque más filosófico (ético-político) que terapéutico. Un enfoque que, para el paciente, en el fondo, resulta emancipador.
En este sentido la filosofía (no al académica, ni la malentendida «filosofía de autoayuda» que ni es filosofía ni ha ayudado nunca a nadie -como señala el autor-) puede «cumplir una función importante en el bienestar de las personas» al aportar un nuevo enfoque. Hablamos de la filosofía entendida como «práxis», es decir, como filosofía práctica ocupada por ayudar a la persona (y al grupo social) a determinar los fines y las reglas existenciales para la vida. Un proyecto existencial en el que se respete la idiosincrasia de lo real, recogiendo la variabilidad, la finitud, la imprecisión, las exigencias, los miedos y las tentaciones como elementos esenciales de la vida.
La filosofía es un intento de resistir a las sirenas (griegas) del idealismo, que entendemos aquí como una fantasía compensatoria de corte nihilista. Frente a los rasgos constitutivos de lo vivo, como son el cambio, al imperfección o la impureza, sueña con otro mundo, teológico o metafísico, que posee los rasgos constitutivos de lo muerto, coo son la estabilidad, la perfección o la pureza. Cuando un psicólogo como Peter Gray afirma que la actual «epidemia de psicopatología» en niños y adolescentes está relacionada con la reducción gradual del nivel de independencia de los jóvenes, tenemos que ser capaces de ver que detrás de esa ansiosa hiperprotección, esté el miedo idealista hacia la realidad, que sólo podemos comprender y combatir gracias a la filosofía.»
ibid, pág. 17
«Hay que repolitizar nuestro malestar». Olvidémonos de la autoayuda que convierte todos los problemas en problemas individuales que el sujeto debe solucionar por sí mismo: «privatizando nuestro malestar» y descontextualizándolo de sus «circunstancias materiales colectivas». Mark Fisher la describe como una «hedonía depresiva» en la que «nuestras sensaciones de asco y vergüenza tienen un profundo significado político» (Martha Nussbaum).
Descubramos hasta qué punto estamos alienados e instrumentalizados por un sistema político-económico absolutamente deshumanizante.
Decía Chesterton que «demasiado capitalismo no quiere decir muchos capitalistas, sino muy pocos capitalistas». Y es posible que una sociedad mentalmente sana no quiera decir muchas personas «felices» (al menos no en el sentido que la happycracias nos inflige), sino muchas personas capaces de lidiar con las infelicidades constitutivas de la vida (lo cual es toda la felicidad a la que podemos aspirar). Debemos resistir, pues, la tentación de concebir la vida como una enfermedad. Para ello debemos aprender a distinguir entre aquello que puede ser tratado mediante la práctica filosófico-literaria, y que debería impregnar la educación, la sociabilidad y la política, y aquello que excede sus competencias, y necesita de ayuda psicológica y psiquiátrica. La frontera no es clara, porque nada lo es. Y no pasa nada.
[…] la filosofía de este artículo es imperfecta [como lo es cualquier filosofía honesta,…] pero es tan sabia,…
Ibid, pág. 17