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Trump está tan perfectamente acompasado con los tiempos que vivimos que parece un «scroll infinito» de Instagram

¿Qué es el «scroll infinito»? El scroll infinito es un método de diseño web que carga contenidos continuamente sin paginación. El efecto que produce sobre el visitante es adictivo dejándolo enganchado, sin límite de tiempo, a la observación de: una nueva ocurrencia; un nuevo vídeo gracioso, aterrador o simplemente impactante que supera al anterior; un consejo para conservar las plantas de tu hogar; una recomendación de a quién votar en las próximas elecciones…, y así,… sin límite, sin posibilidad de análisis y sin forma de activar la capacidad crítica; absorbiendo como esponjas un contenido a veces rallando lo inconsciente. Pero eso es lo que quiere la Plataforma, si nadie se lo prohíbe, que estés enganchado cuanto más tiempo mejor para ser sujeto de su publicidad que es realmente de donde obtiene ingentes beneficios (a ser posible una publicidad dirigida a ti, porque el programa realiza un «perfil» de cada uno de sus usuarios para determinar sus gustos, preocupaciones, intereses y necesidades a los que dirigir una publicidad y un contenido «personalizado»).

Y eso, un «scroll infinito», es lo que parece la acción política del presidente de la primera potencia económica mundial. Sin posibilidad de análisis, su comportamiento es un continuo aluvión de decisiones y de conductas, a cada cual más disparatada, sorprendente o contradictoria con las anteriores que nadie es capaz de digerir porque es imposible ir a su ritmo. Cuando pausas -o desconectas- para pensar lo que ha ocurrido o buscar información que desmienta sus barbaridades nada de eso está en la nueva actualidad dominada por nuevas barbaridades, nuevas mentiras o nuevos cambios de opinión que son claramente contradictorios con lo dicho sólo unos días antes. Lo gracioso (entiéndase la ironía) es que a ninguno de sus seguidores parece importarles nada de esto. Simplemente disfrutan de ese «scroll infinito» en el que, como en su teléfono, se limitan a ser espectadores de continuas ocurrencias o barbaridades que mueven con el clásico barrido hacia arriba de sus dedos sobre la pantalla.

Como explica Carlos C. Pérez, en su artículo «La tentación autolesiva de Trump. Cinco hipótesis del caos», Tinta Libre, junio 2025, págs. 28-31, la explicación de este comportamiento puede hacerse desde cinco hipótesis singulares.

A comienzos del presente siglo, un asesor de George W. Bush pronunció una de esas frases que regresan como un bumerán, adquiriendo una lucidez renovada en contextos históricos distintos: «Ahora somos un imperio y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras tú estudias esa realidad -con todo el juicio que quieras- nosotros volveremos a actuar, creando nuevas realidades, que tú también podrás estudiar, y así se irán ordenando las cosas. Nosotros somos los actores de la historia… y tú, todos ustedes, quedarán reducidos a estudiar lo que hacemos».
[…]
¿Qué lógica -si es que la hay- articula una política que parece, al mismo tiempo, errática y autodestructiva?
[…]
De esta indecisión -no exenta de escepticismo- nace este texto: un ejercicio especulativo que reúne hipótesis dispares como piezas de un rompecabezas condenado a permanecer incompleto. No todas explican lo mismo, ni con la misma escala: algunas apuntan a las intenciones, otras a los efectos, otras a la forma. Y en el fondo, quizá puedan disponerse en un eje: en un extremo, la idea de un gran plan mesiánico que justifica cualquier coste; en el otro, la pura errancia, sin más lógica que la pugna interna o la improvisación emocional. Tal vez la verdad no habite en ninguna de estas hipótesis por separado, sino en su entretejido: un tapiz roto y movedizo donde cada hilo aporta un fragmente de sentido, y donde hay tantas formas de caos como almas trumpistas. (Ibid., pág. 29)

Las hipótesis son cinco:

  1. La navaja de Hanlon: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez humana» (una versión del clásico principio de economía o también conocido como la «navaja de Ockham»). [Otros corolarios de dicho principio de economía son: La navaja de Hitchens – «lo que puede ser afirmado sin pruebas, puede ser descartado sin pruebas«; la navaja de Newton: «no debemos inventar causas innecesarias«; o la navaja de Alder: «si algo no puede ser probado ni refutado por la experimentación, no es científicamente relevante.» (citados por el autor)]. Esto simplemente nos enseña que las explicaciones más simples son siempre las preferibles: por qué pensar en un sofisticado plan de un sofisticado y retorcido presidente, cuando todo puede ser el resultado de su incompetencia y de su estupidez. No despreciemos el poder de la estupidez, pues, como decía Proust: «Contra la estupidez, luchan en vano hasta los propios dioses» (citado por el autor).
  2. La pulsión freudiana de muerte. Eros y Thanatos habitan, según Freud, en la mente humana y es este último el que explica las pulsiones agresivas hacia los otros y autodestructivas que encontramos en los humanos. ¿Puede ser esta la explicación de la psique de Trump y de sus votantes? Porque ¿puede haber una explicación psicológica a los comportamientos tanto de uno como de los otros? «En este sentido, parecería que Trump invita a América a retroceder a estadios previos de su desarrollo vivilizatorio, a desacralizar la ciencia, relativizar la razón, declarar obsoleta la verdad, liberar al poder de toda restricción ética y desactivar los pilares del contrato social. Trump aparece así como un convocante de pulsiones primitivas, un atávico que ofrece a sus seguidores un espacio donde liberar deseos prohibidos, instintos voraces, rabias sin contención. Su idea de América es un teatro propicio para que esas fuerzas latentes se traduzcan en actos concretos. Y en ello, paradójicamente, hay placer: una forma de alivio psíquico al entregarse a lo que la cultura había reprimido. Lo que al análisis político le parece delirio, aquí se revela como catarsis colectiva» (Ibid., pág. 30)
  3. La hybris de Eurípides. Hace referencia al crimen de la soberbia que afecta al gobernante que padece un exceso de orgullo, un ansia de gloria individual, una ambición desmedida, un deseo por desafiar los límites humanos en una especie de ilusión de invulnerabilidad. A eso los griegos lo llamaban «hybris» y nunca terminaba bien. «Arnold J. Toynbee retomó esta idea como clave para explicar la decadencia de las civilizaciones. Para el historiador británico, los imperios no caen por amenazas externas, […] [sino por fallos internos provocados por] una ceguera autodestructiva que se instala en las élites cuando alcanzan el poder hegemónico. […] [son] civilizaciones que, tras conquistar el mundo, se devoran a sí mismas, arrastradas por la desmesura. Así ocurrió con Roma, y también con ciertas potencias imperiales modernas. […] Trump actúa como si las estructuras de la economía global, los equilibrios estratégicos ente naciones o las normas constitucionales de su país fuesen obstáculos menores, fácilmente moldeables a su voluntad. Cada arancel, cada desafío institucional, cada ruptura con el tejido tradicional de alianzas no responde tanto a un cálculo racional como a una afirmación de poder bruto, de dominio absoluto. […] quienes olvidan los límites acaban devorados por su propio delirio. Bajo la hipótesis de hybris, Trump, como los héroes solitarios de la Grecia arcaica, arrastra consigo no sólo su destino sino también el de quienes, fascinados por su aura de invulnerabilidad, no ve -o no quieren ver- el abismo que se abre bajo sus pies.» (Ibid., pág. 30)
  4. El complotismo. Es curioso cómo el fenómeno conspiranoico se ha convertido en un «fenómeno de masas». Una nueva moda que arrasa en las redes sociales y que convence a multitudes demostrando la dejadez de los sucesivos gobiernos para preparar y educar a sus ciudadanos en un pensamiento racional y crítico (ahora totalmente denostado). Frente a ello, el pensamiento conspiranoico tiene el atractivo de desvelar lo que te ocultan, pero, sobre todo, de ser una teoría sin fisuras pues mientras «En la realidad siempre queda algún cabo suelto; en las ficciones conspiranoicas, en cambio, todo encaja a la perfección.» (Ibid., pág. 30). «Como ocurre con toda buena teoría conspirativa, lo esencial no es su veracidad, sino su poder explicativo. Frente al vértigo del sinsentido, se impone la ilusión de un diseño secreto: detrás del desastre, un plan; detrás del bufón, un estratega. Tal vez no hay nada de eso. Tal vez lo que hay -como núcleo emocional del complotismo contemporáneo- sea simplemente el deseo de que el caos tenga autoría, y el poder, propósito. O, más perversamente aún, la convicción de que el coste es irrelevante si el rumbo responde a un imaginario lo bastante fuerte: castigar a los infieles, liberar al mercado, blindar a los nuestros.» (Ibid., pág. 31)
  5. Un tumor cerebral. Como señaló Mike Davis (citado por el autor) no nos encontramos en un momento de crisis fruto de un cambio de época que está empezando a generar una nueva, sino ante un «tumor cerebral en la clase dominante» que les impide analizar la realidad y diseñar un nuevo proyecto de futuro. «No se trata simplemente de torpeza, sino de un nihilismo activo, un vaciamiento estructural de visión histórica y vocación política por parte de quienes comprender -y practican- el poder desde el aventurismo más irresponsable. […] la clase dirigente ya no ignora el rumbo del mundo por desdén o ineptitud, sino porque ha perdido la capacidad de pensar más allá del presente inmediato. No hay estrategia, ni horizonte. Lo que queda es una amalgama de tácticas de distracción bien afinadas, bien diseñadas, que reemplazan toda arquitectura ideológica. […] En este contexto, la extrema derecha no es tanto una alternativa coherente como un síntoma de esa disolución. Carece de un proyecto integral, pero sabe operar con destreza en el vacío: reduce el mundo a eslóganes, proyecta la culpa sobre chivos expiatorios y figuras espectrales -los migrantes, lo woke, los pronombres-, canaliza el resentimiento en clave reaccionaria. No hay un gran cálculo maestro detrás de todo ello. […] Más que un proyecto, hay un aventurismo desatado: una voluntad de acción sin cálculo, sin estrategia, sin legado. […] Puede que hoy, […], lo grotesco no sea el preludio de lo nuevo, sino la forma prolongada y eficaz de una dominación que ya no necesita siquiera disfrazarse de grandeza.» (Ibid., pág. 31). Frente a todo esto, la izquierda se encuentra paralizada. Observa un espectáculo desquiciado que no sabe cómo nombrar, sin proyecto (o con un proyecto que necesita ser explicado y argumentado frente a un público que prefiere las explicaciones mágicas y simplistas que les ofrece el pensamiento conspiranoico) y con la desventaja de vivir con la duda, la revisión, la reformulación de objetivos, el deseo de coherencia y el freno que supone unos principios morales con los que pretende dirigir su conducta.

Donald Trump no es Frankenstein

La llegada de Trump a la presidencia de EE.UU. no debe verse como un fenómeno inexplicable y misterioso, sino como la consecuencia lógica (y el resultado) de una crisis profunda del modelo económico, social y político en el que hemos vivido hasta ahora y que ha demostrado, como se dijo hace mucho tiempo, su inviabilidad. Ni los recursos del planeta son infinitos, ni el progreso económico puede ser ilimitado al basarse en el consumo, cada vez más voraz, de dichos recursos. No nos puede extrañar que una sociedad a la que le vendieron un ideal de futuro basado en ese progreso indefinido e infinito se sienta ahora perdida y abandonada. Más aún, cuando las nuevas generaciones se ven condenadas a vivir peor que quienes les precedieron. De ahí nace la añoranza del pasado, en la que algunos sueñan, para volver a esa vida con un crecimiento económico infinito, con casas unifamiliares con jardín y, en España, con piscina.

Asistimos, pues, a una crisis del modelo capitalista o neocapitalista que se ha encontrado con los límites del planeta. Una crisis que define su camino reaccionando contra el «proyecto ilustrado». Ese proyecto de la Edad moderna basado en la razón y en el desprecio a la ignorancia y la superstición. Un cambio de mentalidad que inspiró a las Revoluciones burguesas, al Liberalismo político y al Estado de derecho. Aquellas que acabaron con la servidumbre y con el autoritarismo teocrático del Antiguo Régimen.

Ya no nos acordamos, pero hace nada el ser humano carecía de valor y de derechos al ser simplemente un siervo del rey y de la nobleza. Fue hace nada cuando adquirió su dignidad, cuando acabó con la sociedad estamental e hizo surgir el concepto de «ciudadanía»: es decir, el de un ser humano con dignidad y derechos por el simple hecho de serlo.

«¡Atrévete a pensar! decía Kant, para recordarnos que es la razón la que debe dirigir nuestras vidas. El filósofo no daría crédito a lo que vemos ahora mismo: una sociedad para la que la ignorancia es más que la sabiduría, y la superstición y los miedos tienen más fuerza que la razón o el conocimiento.

No deberíamos ver a Trump únicamente como el Frankenstein del Partido Republicano.
[…] el sueño de la globalización feliz del neoliberalismo progresista —si es que alguna vez existió— se desvanece. El despertar de este sueño ha traído consigo una marcada inestabilidad política, fruto de la desafección de amplios sectores de la sociedad, traumatizados por los efectos de una crisis que ha hecho colapsar su mundo.
[…]
El crecimiento del autoritarismo tampoco puede disociarse de la crisis ecológica que atravesamos, la cual ha cambiado el propio significado del “fin de la historia”, que ya no se percibe como un horizonte utópico de progreso y democracia perpetuos […]. De hecho, el sociólogo Immanuel Wallerstein ya planteó hace tiempo que las crisis cíclicas del capitalismo serían cada vez más frecuentes al chocar con los límites del planeta.
[…]
[Los hechos han] puesto en crisis el propio paradigma del “progreso” sobre el que se construyó la modernidad. Así, mientras el fascismo clásico proponía un proyecto de futuro, la ultraderecha actual, ante los crecientes temores a un horizonte incierto marcado por el cambio climático y un mundo en crisis, plantea un regreso (imposible) a un pasado de “abundancia”, al menos para la mal llamada “civilización occidental”; una propuesta reaccionaria que conecta con la utopía capitalista del crecimiento sin límites. Si ya no podemos aspirar a vivir mejor que nuestros padres, al menos aspiramos a vivir como ellos; la expectativa no es ya mejorar, sino evitar empeorar.
[…]
La rabia ante esta pérdida genera una suerte de sentimiento de “derechos agraviados” entre sectores que históricamente gozaron de privilegios relativos. […] [en EE.UU. el sueño del American Way of Life sería ese paradigma perdido.]
[…]
Así, la apología del pasado por parte de la extrema derecha se convierte en una estrategia para cancelar la posibilidad de imaginar un futuro distinto.
[…]
[Incertidumbre y miedo] vacía la democracia hasta reducirla a su cascarón: el voto como mero ritual. Porque, cuando los mecanismos de cohesión social dejan de funcionar y se constata la imposibilidad de sostener la aparente prosperidad de las clases medias, se fortalece el cierre autoritario para mantener el orden. A la vez, se necesitan chivos expiatorios —ciertas minorías, la población migrante, los movimientos feministas, el ecologismo— hacia los que canalizar el malestar de unas clases medias en declive, de modo que la ira siempre se dirija hacia abajo. […] [Es] la promesa de seguridad en un mundo cada vez más incierto. Pero es una seguridad construida a la contra, que se sostiene sobre la inseguridad del otro.
Así, ante los miedos, las incertidumbres, los límites del planeta y la crisis ecológica, la extrema derecha ofrece una respuesta y una alternativa para recuperar el control: [el] autoritarismo.
[…]
Lejos de ser una anomalía, el auge de las fuerzas autoritarias de extrema derecha debe entenderse precisamente como una consecuencia lógica del momento de crisis sistémica en el que nos encontramos. No deberíamos ver a Trump únicamente como el Frankenstein del Partido Republicano, sino como la manifestación de un fenómeno que trasciende las fronteras de EE UU: el autoritarismo reaccionario. Por ello, es crucial analizar la victoria de Trump no como un accidente en la política estadounidense, sino como el síntoma de [un modelo económico-político inmerso en una profunda crisis de la que deberemos salir con la propuesta de uno nuevo].

miguel urbán crespo, «La crisis capitalista y la promesa reaccionaria de la extrema derecha» – Revista público, marzo 2025, pág. 15

Donald Trump 2.0

Donald Trump ha sido nuevamente elegido. Más de 70 millones de votantes han hecho posible su retorno. Es verdad que dentro de un sistema electoral tan singular como lo es el de los Estados Unidos. Hablamos de una democracia tan particular en la que sólo dos partidos (sin alternativas) pueden ganar las elecciones, y con un sistema de elección en el que quien gana en un estado (aunque sea por un solo voto) obtiene toda la representación que le corresponde a ese estado. Un sistema en el que las campañas son tan astronómicamente caras que sólo unas estructuras gigantescas, vinculadas a los grandes poderes económicos, pueden presentarse con garantías a una elección. – Y nadie se plantea reformar esto. Y le llaman democracia-.

La verdad es que el fenómeno Donald Trump, con sus peculiaridades, no nace de la nada: de hecho, antes tuvimos el «Tea Party», un movimiento político social ultra que demuestra la existencia de todo un caldo de cultivo y una base social, dentro de la sociedad estadounidense, de la que nace el fenómeno el trumpismo. Un trumpismo social que es una forma de entender la vida, con arraigo en la propia historia de los EE.UU.

Lo que hizo Trump […] fue aglutinar una afectividad política y un rencor que se había estado generando durante esos ocho años [de gobierno de Obama] y que nace de siglos de historia.

edurne portela – conversatorio, tinta libre de octubre de 2024, pág. 4

Lo que quiere decir el exitoso «MAGA» es, el fondo, volver a una América blanca (Make America White Again)

Diez años más tarde [después de la primera victoria de Trump], continuamos atrapados en un análisis fragmentario […]. Nos limitamos a catalogar cada exabrupto, cada medida estrafalaria, sin articular una visión de conjunto. Lo etiquetamos como explicaciones simplistas, como si el fenómeno pudiera reducirse a una sucesión de escándalos. Peor aun, insistimos en señalar sus contradicciones internas -como si fuera su talón de Aquiles y no su mayor fortaleza-, ignorando que el trumpismo prospera precisamente en su ambigüedad: es proteccionista y neoliberal, populista y elitista, supremacista y transversal. Su éxito no radica en la coherencia, sino en su capacidad de hablar en lenguajes distintos a públicos distintos. (Ibid., pág. 42)
[…] el trumpista es vengativo y victimista. […] donde la represalia se presenta incluso bajo la forma de una torticera «legítima defensa preventiva«. No debería sorprendernos. El victimismo es el espíritu de época, también para los reaccionarios. Sobre todo para los reaccionarios. (Ibid., pág. 41)

CARLOS CORROCHANO PÉREZ, «eL EXPANSIONIsmo trumpista no es un chiste» – revista tintalibre, abril 2025

Seguir a Trump es una religión

Contra los medios de comunicación

Al margen de la célebre consigna de que «ahora los medios son ustedes«, lo cierto es que Trump ha puesto en marcha una verdadera caza de brujas contra aquellos medios que no le son afines:

  • Una periodista de Associated Press (una de las agencias de prensa más reputadas) fue vetada a las ruedas de prensa del presidente porque no aceptó la decisión unilateral de Trump de cambiar el nombre del «Golfo de México» por «Golfo de América».

Algunos ejemplos de medidas adoptadas

  • Propone anexionarse Groenlandia. Desea su valor estratégico y sus reservas minerales de tierras raras. Dice que les iría mejor con EE.UU. que con Dinamarca.
  • Propone apropiarse del «Canal de Panamá«. Esta amenaza ha sido suficiente para que todos los indicios de presencia china en la gestión de una parte de canal ha desaparecido por completo, por decisión del gobierno de Panamá.
  • Ridiculiza constantemente al presidente de Canadá y dice que Canadá estaría mucho mejor siendo parte de los EE.UU.
  • Ha desencadenado una guerra comercial: estableciendo aranceles para las importaciones de Canadá, México, China y la Unión Europea.
  • Considera que la invasión de Ucrania por parte de Rusia fue provocada por el presidente Zelensky al que llama abiertamente «dictador», aunque en otro momento, ante las preguntas de los periodistas, se sorprende y comenta: «¿he dicho yo eso?
  • Miente al decir que la aportación de EE.UU. a la guerra de Ucrania es de 300.000 millones de dólares, cuando es de algo más de 150.000. Y le exige a Zelensky que se la devuelva. Para ello ha obligado a los ucranianos a firmar un acuerdo impuesto para que la gestión de sus recursos mineros quede en manos de EE.UU., sobre todo, lo que respecta a las «tierras raras».
  • Afirma que la Unión Europea fue creada para «joder» a EE.UU., por ello: abandona su defensa (lo que deja sin fuerza a la OTAN); exige que los países europeos gasten más en defensa (comprando material militar a los EE.UU.); le impone aranceles y la ningunea como en el caso de las negociaciones sobre la paz de Ucrania en las que no tiene previsto de participe la U.E.
  • Muestra un comportamiento obsesivo contra los principios D.E.I. (diversidad, equidad e inclusión). Exige que sus Departamentos de Estado, las administraciones y las empresas eliminen cualquier referencia a programas que busquen la inclusión, la equidad o que traten de evitar la discriminación de ciertos grupos. En este sentido la embajada de EE.UU. en Madrid envió un escrito a sus suministradores para decirles que si tenían políticas de este tipo en sus empresas dejarían de contratar con ellas. Es tal la importancia de esta imposición que algunas empresas están dividiendo su forma de trabajar en EE.UU. (donde reniegan de esos planes) y en Europa donde la legislación les obliga a tenerlos. El consejo de administración de Apple, en esta semana, se va a reunir para decidir cómo eliminarlos. Jeff Bezos, por su parte, ha impuesto su desaparición en la dirección editorial de la sección de opinión del Washinton Post (del que es propietario).
  • Ha convertido a los inmigrantes «sin papeles» en los chivos expiatorios de todos los problemas del país y, por ello, ha comenzado a «cazarlos» en redadas en lugares públicos, iglesias, escuelas,… deportándolos esposados de pies y manos en aviones militares no acondicionados en los que se sientan como si fueran mercancías. No le vale con deportarlos, hay que humillarlos y, para ello, se difunden vídeos con imágenes del proceso o, incluso, «La Casa Blanca se burla de los migrantes deportados mostrando el sonido de los grilletes y las cadenas como si fuese un vídeo de ‘ASMR’» (laSexta) para que te lo pongas para relajarte, en lugar del ruido del mar o de las llamas de una chimenea.
  • Y si todo esto fuera poco, ha sentado las bases de un estado policial al más puro estilo fascista: en el que cada ciudadano debe vigilar a sus vecinos y denunciarlos. De hecho, los inmigrantes indocumentados temen ir a los colegios o a la puerta de los colegios a recoger a sus hijos por miedo a las redadas. Hace unos días apareció la noticia de una niña que se había suicidado por el acoso al que la sometían sus compañeros que amenazaban con denunciarla. Dentro de la administración, se ha amenazado con despedir a aquellos funcionarios que no denuncien los comportamientos de compañeros que no cumplan con los dictados de la administración en lo relativo al abandono de los programas D.E.I.
  • Asimismo, ha hecho que EE.UU. abandone la UNRWA (el organismo de la ONU para Palestina), la OMS, y ha eliminado el programa USAID.
  • Y, para colmo, ha elegido a personajes de una dudosa idoneidad para los cargos de responsabilidad de la administración:
    • Elon Musk: dirige el nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. Es el encargado de reducir al mínimo la administración estatal. Hace unos días envió un formulario a todos los funcionarios (incluidos los miembros del FBI) -bajo amenaza de despido- para que expliquen lo que han hecho en la última semana que justifique su puesto de trabajo. Su nombramiento es más que cuestionable al permitirle tener acceso a información privada de sus competidores.
    • Pete Hegseth: como Secretario de Defensa. Era presentador de Fox News y estuvo envuelto en un escándalo por abuso sexual y acusaciones de consumo de drogas y de obstaculizar su investigación. Se le critica por su falta de experiencia y por su carácter ultra que muestra en sus redes y en su cuerpo tatuado con símbolos de ultra derecha.
    • Robert F. Kennedy Jr.: como jefe del Departamento de Salud y Servicios Humanos: conocido por sus posturas antivacunas y por difundir teorías de conspiración durante la pandemia de COVID-19.
    • Tulsi Gabbard: encargada de los servicios de inteligencia, es un clara defensora de Rusia y contraria a las ayudas a Ucrania.
    • El Consejero de economía es un multimillonario con intereses en las empresas de petroleo. No es de extrañar, Trump dijo, en su campaña, que autorizaría todo tipo de prospecciones sin límite; diciendo que la defensa del medio ambiente no puede ser un obstáculo para el desarrollo económico del país.
  • Pero si algo caracteriza su mandato es el tremendo daño que hace a la institución de la presidencia al convertirla en un juego a su capricho:
    • Convierte la Casa Blanca en un concesionario de Tesla para promocionar los vehículos del que era su «amigo», para compensar la campaña que ciertas celebridades habían puesto en marcha deshaciéndose de sus Tesla por la actitud de Musk y su decisiones políticas tendentes a desmantelar al Estado con su oficina DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental) que ha eliminado programas y organismos del Estado despidiendo a miles de trabajadores.
    • Con ese afán invasivo y autoritario, el Presidente de los EE.UU. (un consumidor compulsivo de Coca-Cola light) ha llamado a los directivos de Coca Cola para pedirles que cambien la fórmula de la Coca-Cola para EE.UU., utilizando como edulcorante azúcar de caña en lugar de la fructosa de sirope de maíz que utilizaban hasta ahora. La respuesta de la empresa ha sido obedecer a Trump (parece que es peligroso llevarle la contraria).
    • Asimismo, nos estamos acostumbrando a su tono «irrespetuoso» y «faltón» que nada tiene que ver con el nivel que se le supone al presidente de una nación. Igualmente es común que realice acusaciones en su red social (Truth Social -¿en la que confiar?) dando por supuesto delitos sin aportar pruebas. En este sentido, su último objetivo ha sido Barack Obama (para él, remarcando, Barack Husein Obama) como líder de una banda que actuó contra él. Escribe: «El líder de la banda era el presidente Obama. Barack Hussein Obama. Ese es el culpable. Fue traición. Intentaron robar las elecciones. Y, luego, sí, amañaron las elecciones de 2020«. Estas afirmaciones contradicen las conclusiones de la comisión del Senado presidida por el actual Secretario de Estado Marco Rubio que se constituyó para estudiar el caso. Le da igual. En otro ejercicio más de pérdida de dignidad para la institución, relacionado con lo anterior, ha publicado un vídeo generado con inteligencia artificial en el que aparece simulada la detención de Obama por el FBI. Sin embargo, olvida intencionadamente que dicha comisión lo que sí aceptó es que Rusia había intervenido en las elecciones de 2016 en apoyo a su candidatura hackeando y publicando correos de políticos demócratas.
    • Volviendo a las cuestiones cotidianas, no sólo interfiere en las empresas diciéndoles cómo deben edulcorar sus productos, sino que también lo hace sobre los equipos que decidieron cambiar sus nombres por considerarlos inapropiados. Ahora, Trump lo entiende como algo inaceptable, un ataque más de la izquierda «buenista» (woke), y se ha propuesto revertir el caso. Tanto el equipo de fútbol americano de los Redskins («Pieles rojas») como el de béisbol de los «Indians» de Cleveland cambiaron sus nombres por respeto a las comunidades originarias. Para Trump, en cambio, esto es un signo de debilidad y, por ello, se esfuerza en que vuelvan a recuperar sus nombres originales. Para ello ha amenazado con utilizar su control en el Congreso e impedir la autorización prescriptiva de este a la construcción de un nuevo estadio en Washington como solicita su equipo de fútbol. Respecto al de béisbol, con su lenguaje impropio de un presidente, Trump escribe y vincula los malos resultados en las primarias republicanas del dueño del equipo al cambio de nombre: «El equipo sería mucho más valioso y el acuerdo sería más emocionante para todos. Cleveland debería hacer lo mismo con los Cleveland Indians. El dueño del equipo de béisbol de Cleveland, Matt Dolan, quien es muy político, ha perdido tres elecciones seguidas por ese ridículo cambio de nombre. Lo que no entiende es que si volviera a cambiar el nombre a Cleveland Indians, podría ganar una elección«. (¿Es una amenaza o una promesa de apoyo si lo hace?, sea lo que fuera es ¡increíble!)
    • «Del mismo modo […] presiona a las cadenas para despedir a los cómicos que no le gustan –como la CBS con Stephen Colbert–; amenaza con expulsar del país a quien le planta cara, ya sea Elon Musk, Zohran Mamdani o la cómica Rosie O’Donnell, esta última nacida en Nueva York; o sanciona a jueces de fuera de su país por perseguir a Jair Bolsonaro por golpismo o Benjamín Netanyahu por genocidio». (Andrés Gil, Crónicas desde Trumplandia, elDiario.es)