La economía social se presenta como una alternativa al capitalismo. Sus principios, basados en la recuperación del sentido social, ecológico y humano de la producción, chocan frontalmente con un capitalismo despiadado y salvaje que tanto adoran los defensores actuales del neoliberalismo económico.
«Es más fácil imaginar el fin del mundo que el final del capitalismo»
Fredric jameson o slavoj Ziezek
Si analizamos la situación comprenderemos que el capitalismo es un sistema económico deshumanizador, basado en la codicia y en la ley del máximo beneficio, para el que los recursos del planeta son ilimitados (aunque no lo sean), igual que su codicia. Una estructura económica basada en la ley del mercado (oferta y demanda) que se considera autosuficiente y capaz de regularse por sí mismo sin la intervención del Estado (parecen olvidar las crisis que el mismo capitalismo provoca y que, después, exigen la intervención del Estado para solucionarlas -ya sabemos: en el capitalismo los beneficios son privados y las pérdidas se socializan. Hablamos de un sistema económico que no conoce de planificación ni de sentido, sino de una visión de la sociedad regida por la ley de la selva en la que es legítimo que las empresas y los capitales más fuertes sometan (o aniquilen) a los más débiles. En suma, una concentración de la riqueza que sólo fomenta las desigualdades y los grandes focos de pobreza.
El modelo económico actual no es sostenible: su modelo de crecimiento indefinido no sólo tiene consecuencias ambientales inasumibles, sino que también provoca desigualdades inaceptables. Es, básicamente, como se ha dicho arriba, un modelo deshumanizante contra el que hay que plantear alternativas. La principal pasa por la planificación: pues no tiene sentido malgastar trabajo ni recursos en producir lo que no se necesita; ni dejar sin acceso a lo más básico a grandes grupos humanos que no tienen ni qué comer; tampoco tiene sentido no poder coto a los procesos especulativos sobre los bienes básicos: alimentación, vivienda, etc., ni frenar aquellos movimientos especulativos salvajes (pensemos en la crisis financiera de 2008, provocada por la codicia ilimitada de los bancos) que llevan inevitablemente a catástrofes económicas que, después, debemos pagar todos con años de recesión y pobreza.
Pero el problema es que todo lo que se identifica con «economía planificada» es rápidamente descalificado, burda y simplistamente por los «gurús» del neoliberalismo económico, como «comunismo». Y, desde ahí, parece que nada más se puede decir.
La Economía social es un fenómeno en auge que puede convertirse en la gran alternativa al capitalismo. En España, por ejemplo, se calcula que aporta el 10% del PIB y que da trabajo al 12% de la población. Un dato, por cierto, que los economistas con «pedigrí» utilizan para desprestigiarla, al interpretar ese exceso del 2% como un ejemplo de su falta de eficacia: «pues seguro que se puede hacer lo mismo con menos mano de obra». Claro, explotando más a las personas (pero eso no lo dicen, ni importa).
“El estigma interesado que intenta reducir la economía social a algo irrelevante o a veleidades de hippies es un prejuicio que no puede sostenerse de ninguna manera”, subraya José Luis Monzón, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia y director de la rama española del Ciriec. Y añade: “La realidad es que se trata de una parte muy importante de la economía actual, perfectamente perimetrada y reconocida por los gobiernos y las grandes instituciones internacionales, desde la UE hasta la ONU, como esencial para enfrentar los retos económicos y sociales que tenemos planteados”. [De hecho, la UE tiene un plan de acción específico para impulsar la «Economía social», lo que demuestra que la «Economía social» no tiene nada de anecdótico o marginal]
revista – el diario.es – «La economía social al rescate», pág. 8
Los principios en los que se basa la Economía social son:
- Priorizar a las personas y a los fines sociales sobre el capital. En consecuencia, la prioridad no es el lucro.
- Gestión autónoma, transparente, democrática y participativa. La toma de decisiones debe ser equitativa y no determinada por el capital social que cada uno aporte.
- Ayuda mutua. La solidaridad y el apoyo entre los miembros de la entidad es visto como una fortaleza, por cuanto lo importante no es el interés propio sino el conjunto, es decir, el bien compartido.
- Reparto de beneficios en función del fin social de la entidad y de la aportación de trabajo realizado por cada uno de sus miembros (no de su capital).
- Creación de puestos de trabajo estables y de calidad, con una retribución justa.
- Desarrollo local. Son entidades que se sienten implicadas en el desarrollo del lugar en el que están radicadas.
- Sostenibilidad de la actividad que realizan. Tanto social como medioambiental. Respeto al medioambiente.
- Compromiso de igualdad entre hombres y mujeres.
- Conciliación del trabajo con la vida personal y familiar.
- Fomento de la inserción laboral de aquellas personas que se encuentran en riesgo de exclusión social.
- Independencia respecto a los poderes públicos.
La entidades que conforman la Economía social son fundamentalmente entidades que cooperan para un objetivo común sin dar prioridad al lucro. Algunos ejemplo de éstas son las:
- Cooperativas (de trabajo asociado, de consumo, de ventas).
- Asociaciones y fundaciones sin ánimo de lucro.
- Sociedades laborales (en las que son los trabajadores los que controlan el capital de la empresa).
- Mutualidades (aseguradoras sin ánimo de lucro).
- Empresas de inserción.
- Centros especiales de empleo de iniciativa social.
- Cofradías de pescadores.
Aunque siempre pensamos en la pequeña cooperativa de trabajadores que se unen para llegar a fin de mes, lo cierto es que hay ejemplos de éxito de este modelo que hace creer en la viabilidad de estos proyectos. El ejemplo paradigmático en España es la Corporación Mondragón formada por un conglomerado de empresas que llegan a facturar 11.000 millones de euros al año. Del mismo modo que hay diferencia en cuanto a su tamaño, también lo hay en su compromiso con los principios arriba citados: podemos encontrarnos a entidades que buscan el cambio social y el de modelo económico y a otras que simplemente han adoptado esta estructura para sobrevivir mejor dentro del capitalismo imperante, sin ningún afán transformador o de cambio de modelo.
Algunos ejemplos significativos de «Economía social» los podemos encontrar en: la banca ética de base cooperativa (Fiare Banca Ética, Coop 57), las cooperativas de vivienda en cesión de uso, las comunidades energéticas, las cooperativas de energía renovables (Som Energia), los supermercados cooperativos, las cooperativas de coches eléctricos compartidos, de telecomunicaciones éticas,…
Orígenes históricos
El origen de esta nueva economía suele situarse en 1844 cuando un grupo de 28 obreros fundaron en Rochdale (Reino Unido) la primera cooperativa basada en los principios de un modelo democrático de empresa cuyo teórico fue Robert Owen (1771-1858), el padre del cooperativismo y uno de los grandes teóricos de la economía socialista. Lo que estos obreros crearon fue una pequeña tienda en la que uniendo sus pocos recursos conseguir comprar y vender alimentos y productos básicos a unos precios justos. Su ideal era crear un fondo con los beneficios obtenidos que les permitiera dar educación a sus hijos, así como poder trabajar en un entorno en el que se les tratara con dignidad y respeto, y en el que pudieran participar democráticamente en la toma de decisiones que afectaran a la cooperativa. El modelo de Rochdale, aunque no fue el primero ni el único se convirtió en el modelo de cooperativismo copiado por otras cooperativas tanto dentro como fuera del Reino Unido. Su cooperativismo estaba basado en siete principios («Los principios de Rochdale») que definieron como: aceptación de cualquier miembro, estructura democrática, reparto de beneficios igualitario, préstamos sin usura, neutralidad política y religiosa, venta al contado (no a crédito, por el empobrecimiento que esto suponía para la mayoría) y promoción de la educación.
Economía social y solidaria
Supone un paso más allá en la definición de la economía social al convertirla en un motor transformador de la sociedad. Su propuesta, bajo distintas formas jurídicas, tiene como principios el fomento del trabajo digno y de calidad, la equidad (incluida la justa distribución de la riqueza), la sostenibilidad ecológica, la cooperación y el compromiso con el entorno social en el que desarrolla su actividad. (Estos principios están recogidos, en España, en la «Carta de principios de la economía solidaria»).
Debemos mantenernos esperanzados porque históricamente hay iniciativas que demuestran que no todos los procesos económicos buscan el lucro y porque descubrimos, a nuestro alrededor, ejemplos de agentes e iniciativas económicas que no se rigen por el capitalismo más salvaje sino por principios distintos que nos acercan a esta economía social, e incluso solidaria.
El ejemplo lo tenemos en las cooperativas de viviendas con dos modelos o visiones distintas: la comunidad de propietarios que construyen sus viviendas bajo la fórmula de la cooperativa para obtener unos precios más bajos y revertir los posibles beneficios en los elementos comunes de la promoción (cuando las viviendas se entregan la cooperativa se disuelve); y el modelo social que convierte en propietaria a la cooperativa de las viviendas y del suelo, cediendo a sus cooperativistas el «derecho de uso» de las viviendas para que las disfruten tanto como quieran, pero sin ser propietarios de ellas: lo que significa que no las vender ni alquilar. En este caso la construcción de las viviendas se realiza alrededor y abiertas a las zonas comunes y los servicios compartidos. Son, por ejemplo, lugares donde la cooperativa ofrece servicios de atención a niños y personas mayores; lugares para celebraciones y para actividades comunes (cenas semanales comunitarias) o cualquier otro servicio (lavanderías comunitarias, por ejemplo) o actividad que sirva para «hacer comunidad». Este tipo de viviendas, al ser en algunos casos construidas en suelos dotacionales cedidos por el ayuntamiento a largo plazo por un pago anual, quedan reservadas a personas con un nivel de recursos por debajo de un tope y que no sean propietarias de otra vivienda.
En suma: «Otro mundo es posible». A pesar de que nos quieran hacer creer que sólo la codicia y el lucro sin límites, característicos del sistema económico-político del capitalismo más salvaje, constituye una característica «natural» del ser humano.
La Viena roja
A principios del siglo XX, la población vienesa afrontaba unas condiciones de vida catastróficas y alquileres a un precio excesivo. Cuando los socialdemócratas asumieron el poder municipal en
1919, se lanzaron reformas fundamentales en las áreas de vivienda y políticas sociales, al igual que en educación, sanidad y cultura. Los años siguientes se conocen como el periodo de la “Viena
Roja”. Duró hasta 1934, cuando el austrofascismo puso fin de forma violenta a este extenso proyecto reformista.
Durante el periodo de la Viena Roja, se construyeron 64.000 pisos nuevos. Vivienda pública municipal que no solo era asequible (los precios de alquiler equivalían aprox. al 7% de la renta media de una familia de clase trabajadora), sino de calidad. Todos los pisos estaban equipados con agua corriente, una cocina y un retrete, lo que supuso una enorme mejora en las condiciones de vida e higiénicas de la época. Además, todo inquilino disponía de un compartimento en el ático y en el sótano, había lavanderías en cada escalera y ‘baños por goteo’. La arquitectura de los edificios se caracterizaba por la luz y el aire, con espaciosos patios, zonas verdes y una baja densidad de edificación; un concepto
opuesto a los pisos oscuros y mal ventilados en zonas densamente pobladas, donde los trabajadores tenían que vivir por entonces. Las obras públicas en la Viena Roja se caracterizaban especialmente, además, por las instalaciones comunitarias: había bibliotecas, clubes, guarderías y talleres. Pero ¿cómo financió la ciudad aquel programa?En 1923 Viena pasó a ser un estado federado, lo que le permitió gravar impuestos. La introducción de un impuesto al lujo, al igual que un impuesto a la vivienda, creó una base financiera para la construcción pública municipal. La referencia a este impuesto sigue brillando hoy en grandes letras rojas sobre las fachadas de los
edificios de aquella época. Además, se introdujo una fuerte protección para el inquilino, que restringía las posibilidades especulativas. Combinado con varias recalificaciones e impuestos sobre el patrimonio, esto llevó a la bajada de obras del sector privado y, por ende, a la bajada de precios del suelo.
Después del austrofascismo y el régimen nazi, Viena retomó la construcción de viviendas públicas municipales. Gobernada de nuevo por socialdemócratas (y hasta hoy), la ciudad expandió su parque de vivienda pública hasta los años 90, cuando decidió retirarse gradualmente de la nueva construcción y centrarse en la gestión de 220.000 pisos. Ahora son asociaciones inmobiliarias
con ánimo de lucro limitado las que crean las nuevas viviendas sociales.[…]
El principio clave del sector con beneficio limitado es cubrir los costes, lo que significa que los precios del alquiler se deben calcular de acuerdo a los costes para la construcción y el mantenimiento de los edificios. En consecuencia, los precios
del alquiler bajan una vez que se han pagado los costes de la obra, lo que convierte el antiguo stock en uno de los segmentos inmobiliarios más baratos de la ciudad. Los contratos de alquiler tienen un plazo de duración abierto, exactamente igual que en la vivienda pública.Combinado con una fuerte protección del inquilino contra su expulsión, esto consigue una alta seguridad para acceder a una vivienda y puede que sea una de las razones por la que solo un 19% de los vieneses tienen casa en propiedad. Las viviendas de precio con beneficio limitado tienen el apoyo del Ayuntamiento de Viena por dos vías: con el suelo y con la financiación. Por una parte, el
Consistorio compra suelo y se lo proporciona a los promotores para viviendas protegidas. Por otra, los subsidios para las viviendas se conceden en forma de préstamos con bajos intereses a cambio de límites al precio del alquiler y el cumplimiento de ciertos criterios de[Cuando la iniciativa privada -en la primera década de los 2000-volvió a ver negocio en la construcción, los precios del suelo se duplicaron y la posibilidad de construir vivienda pública o de beneficio limitado dejó paso a construcciones caras y que, a veces, quedaron vacías. Para reducir este efecto, en 2018 se introdujo por ley que un tercio del suelo recalificado como edificable fuera destinado a ese tipo de construcciones más baratas, potenciando la construcción de vivienda pública].
[Pero construir vivienda pública no es garantía por sí sola, pues si no se está atento y no se establecen mecanismos de control -nos los demostró Ana Botella en el Ayuntamiento de Madrid- estas viviendas pueden desaparecer, de la noche a la mañana, vendidas con intereses espurios a fondos de inversión o a empresas con interés de lucro.]
Sarah Kumnig, (socióloga) – «Ideas desde la Viena Roja sobre vivienda» – revista eldiario.es – «la economía social, al rescate», págs. 70-71