https://www.infolibre.es/mediapart/donald-trump-fascista_1_1890640.html
No exactamente, si nos fijamos en la definición clásica que arranca en el periodo de entreguerras, pues existen importantes diferencias entre lo que él propone y el fascismo original; de hecho, hay quienes proponen el uso del término neofascismo para referirse a este nuevo «pastiche» de la extrema derecha en el que se mezclan características del fascismo originario con otras propias del neoliberalismo más salvaje.
Así pues, aunque existe una hipermilitarización de la sociedad americana: nunca, en la historia reciente de EE.UU., ha habido una proporción tan grande de personas entrenadas con armas y dispuestas a utilizarlas (recordemos el asalto al Capitolio de enero de 2020), no podemos ver ese fascismo originario uniformador de la población basado en «valores heroicos o de sacrificio» y expansivo en lo internacional porque lo que Trump propone es un nacionalismo aislacionista en el que las importaciones sean gravadas con altas cargas para salvaguardar el trabajo y la producción nacional.
Son dos los hechos fundamentales que han inclinado, a ciertos autores, a tildar de fascista la actitud de Trump:
- La toma violenta del Congreso, promovida por él, para evitar la alternancia política como consecuencia de los resultados de las elecciones de 2020. De hecho, él rompió la tradición según la cual el nuevo presidente es recibido por el saliente para organizar una transición ordenada.
- La publicación, el año pasado, del «Proyecto 2025”. Un ideario de cientos de páginas editado por la Heritage Foundation (un think tank próximo al Partido Republicano) en el que se sueña con la puesta en marcha de manera imperiosa de una «contrarrevolución” para salvar a los Estados Unidos de sus enemigos, a los que identifica como todos aquellos opuestos a «la dominación blanca, cristiana y patriarcal». En este mismo informe se describe cómo dichos enemigos han ido colonizando de manera metódica todo el aparato del estado; de ahí la propuesta de Trump de contar con Elon Musk para una depuración completa de la administración, con el pretexto de hacerla más eficiente y más barata (es decir, reduciendo su poder y su tamaño). No olvidemos que Trump propuso, en campaña, eliminar aquellas agencias estatales que podían controlar su acción de gobierno. No podemos dudar, entonces que las intenciones del nuevo presidente de EE.UU. no son, precisamente, acordes con los principios de un estado de derecho en el que la separación de poderes permite la creación de unos imprescindibles mecanismo de control.
- Está claro que Donald Trump es un peligro para la democracia que desprecia. Así se explica que nunca haya reconocido haber perdido las elecciones de 2020 frente a Joe Biden. De hecho, dice ahora abiertamente que no está dispuesto a reconocer otro resultado de las urnas que no sea el que le designe a él como vencedor. Llegando, incluso, a tener preparado todo un despliegue para denunciar las elecciones si no se da este resultado.
- En uno de sus mítines en el que buscaba fortalecer el apoyo de los cristianos evangélicos dijo aquello de votadme a mí y será la última vez que tengáis que votar. Y bien que ha recibido su apoyo, por su decisión de eliminar el aborto en todos los casos, incluso en los más graves.
- Asimismo, hablando con la comunidad judía les dijo: o soy presidente o dentro de muy poco no existirá el estado de Israel.
- Yo acabaré en poco tiempo con la guerra de Ucrania. Aterrador: parece decir aquello de: «Dejadme a mí, que esto lo arreglo yo en dos minutos». Esto y cualquier otra cosa.
- Se ve apoyado por los ultrarricos. La noche de las elecciones la ha pasado junto a Elon Musk. A todos ellos les ha prometido leyes antirregulación para sus negocios y también para las criptomonedas.
- «el trumpismo es una especie de híbrido entre una lógica fascista y una cultura neoliberal de empresario fascinada por la celebridad y conchabada con una base evangélica ultrapuritana.» De hecho, sus mítines recuerdan a «los mítines fascistas [que] suelen adoptar la forma de exhibiciones de fuerza, masculinidad tóxica y crueldad cínica, con oponentes escarnecidos y dejados a merced de la multitud». (Jason Blakely)
- Es, asimismo, un desprecio hacia las personas empáticas, deseosas de corregir las injusticias, legalistas, amigos de la igualdad, incapaces de tomar las armas para defenderse por sí mismos,… a los que consideran seres débiles y, por lo tanto, despreciables.
Como nos lo describe Juanlu Sánchez en su correo diario «Al día»:
El origen del éxito de esta nueva forma de política (peligrosa para la pervivencia de la democracia) tiene que ver con la desaparición progresiva de las clases medias. Se ha olvidado la recomendación de Aristóteles, según la cual, una sociedad se vuelve tremendamente inestable cuando las desigualdades son tales que concurre una minoría extremadamente rica y una mayoría extremadamente pobre. Como ocurrió con el fascismo originario, es esta clase resentida con su situación la que aúpa a una serie de iluminados de esos que dicen aquello de «¡déjame a mí, que esto lo arreglo yo!» sin, en ningún momento, explicar cómo lo va a hacer. Luego, cuando lo hacen, se ve que no es una buena idea, pero ya es demasiado tarde porque se han vuelto tan fuertes que es imposible acabar con ellos.