La privacidad nos protege de potenciales abusos de poder [de gobiernos, empresas o personas malintencionadas].
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Las tecnológicas nos han intentado convencer de que la privacidad es algo del pasado, de que ya no importa. Pero poco a poco, por desgracia a través de malas experiencias, volvemos a aprender su importancia.
Carissa Véliz, El diario.es – El rincón de pensar, abril 2024
Sucede con la privacidad algo parecido a lo que ocurre con la libertad de expresión, todo aquel que se considera «buen ciudadano» o, simplemente «irrelevante», entiende que la cuestión no va con él. Pues, ¿qué importancia tiene la libertad de expresión si yo no tengo nada que decir? En otras palabras, ¿por qué proteger mi privacidad si no tengo nada que ocultar, si no he cometido ningún delito, ni soy una amenaza o sospechoso de nada?
Es la estrategia de los sistemas totalitarios: poder acceder a toda la información posible que les permita actuar y controlar a los individuos. Lo mismo ocurre con las grandes empresas tecnológicas para cuyo negocio es tremendamente rentable poder recolectar y procesar sin límites toda la información posible de cada persona: conocer sus ideas políticas, sus creencias, sus gustos y aficiones; en suma, todo aquello que los haga potenciales clientes de sus anunciantes, o, por el contrario, poco recomendable como clientes para la empresa que compra la información procesada. Estamos ante casos en los que el conocimiento de información privada determina la posibilidad de acceder a un crédito, solicitar un seguro, acceder a un puesto de trabajo o cualquier otra circunstancia. (Recordemos que, ahora, por ejemplo, los equipos de recursos humanos de las empresas de selección de personal investigan a los aspirantes y determinan su idoneidad o no para el puesto por las actividades, comentarios o ideas que éstos muestran alegremente en las redes sociales -con acceso universal- en las que vuelcan sus vidas a lo largo de años).
Si la privacidad fuera considerada un bien valioso, que todo ciudadano debe preservar, nada de esto sería posible: cómo podrían enviarte noticias, vídeos o bulos directamente dirigidos a ti para ratificarte en tus prejuicios u opiniones; cómo podrían hacerte ratificarte en el partido al que desean que votes, cambiarlo por otro -si les pagan por ello-, o, simplemente descorazonarte para que no vayas a votar, si es lo mejor para sus intereses, si no lo supieran todo de ti porque tú mismo se lo ofreces alegremente. Del mismo modo, cómo podrían venderte productos específicamente «pensados para ti»; cómo podrían fragmentar la publicidad de las empresas a las que les prometen que sus campañas no van a ser genéricas -con el gasto inútil que esto supone- sino que irán dirigidas a potenciales clientes perfectamente seleccionados. Porque sé si lees o no, qué lees, si estás informado, dónde te informas, qué te preocupa, qué opiniones defiendes y cuáles rechazas, si tienes amistades, si buscas drogas o sexo, si estás enfermo, si viajas o no, si quieres un coche nuevo, o si eres receptivo al machismo, a la xenofobia o al racismo. Te he vendido millones de alarmas en un país con unos niveles de criminalidad bajos creándote un miedo artificial a la ocupación de viviendas que no se corresponde con la realidad. Recuerda lo que te han dicho mil veces en las redes: «puedes bajar a comprar el pan y encontrarte tu casa ocupada». Si puedo hacer esto, ¿no podré cambiar tu opinión sobre el aumento del gasto militar o la posibilidad de una guerra? ¿No voy a poder venderte cualquier cosa o cambiar tu perspectiva sobre la inmigración, la sanidad pública, o la legitimidad de un gobierno democrático, o sobre la propia existencia de la democracia como un pésimo sistema político,…? Lo lamento, pero tienen claro que están ante personas sin capacidad crítica y fácilmente influenciables, porque saben qué «tecla» tocar en cada caso. Podríamos decir -o así lo creen- que nos conocen mejor que nosotros mismos.
La interpretación de la privacidad como algo negativo siempre tiene intereses detrás, intereses a veces económicos, a veces de género: ha sido un arma, por ejemplo, para controlar a las mujeres; también ha sido un arma usada por la religión para controlar a los creyentes. Y las tecnológicas lo han usado como un arma para hacer lo que quieren con los datos personales y controlar a los usuarios y a los ciudadanos.
Ibid
La voracidad de las redes sociales
Las redes sociales han decidido que su estrategia pasa por que sus usuarios pasen el mayor tiempo posible dentro de ellas. Para conseguirlo han empleado mecanismos psicológicos conocidos que permitan atraer la atención de manera continuada, durante largos periodos de tiempo, a los que se acompaña de premios o refuerzos que causan una sensación de dependencia parecida a la de un «síndrome de abstinencia». Pensemos en algunos de estos mecanismos: la recompensa (refuerzo) de los «likes»; el «scroll» infinito que transmite la sensación de una tarea inacabada que nunca se completa, o la activación automática de los vídeos (sin la intervención del usuario). Las redes han cambiado, ya no hay una relación de intercambio entre usuarios, como lo era en un principio, ahora es una muestra interminable en la que la persona es constantemente bombardeada con imágenes y vídeos. Todo cargado de publicidad. Una publicidad que, ahora, se puede ir modificando según la reacción de los potenciales clientes. No es como antes. Tradicionalmente, una empresa de publicidad planificaba una campaña, la probaba en un piloto y luego la lanzaba al mundo. Ahora están personalizadas de manera automática: la muestras sólo a quienes el algoritmo te selecciona y la modificas, sobre la marcha -en tiempo real-, si no alcanza el impacto previsto.
La cuestión es que estés «dentro de la red» el máximo tiempo posible y, para ello, las redes sociales, en su deseo voraz e inagotable de cada vez más beneficios, han decidido poner en marcha una nueva estrategia que es la de ofrecerte todo un ecosistema completo, sin salir de ella. Redes tan «sosas» como Linkedin, centrada en la búsqueda de empleo ha pensado que debe abrirse al intercambio de mensajes entre sus usuarios, los vídeos y las videoconferencias (X, por su parte, ha introducido hace muy poco un sistema de búsqueda de empleo dentro de su propia red). Del mismo modo, todas buscan convertirse en bancos digitales, permitiendo las compras y los pagos entre sus usuarios a partir de sistemas propios o de terceros integrados en su sistema para que no tengas que desconectarte y pasarte a otra aplicación. Un debilitamiento más de la privacidad, pues estarás ofreciendo a la empresa conocimientos sobre tu capacidad económica o sobre tu red de relaciones con otros usuarios.
Las redes sociales empujan a una exposición pública constante. Esa exposición es la que hace que los algoritmos decidan quién no es adecuado para un determinado puesto de trabajo, o los que le indican a los bancos quién merece un préstamo, quién un seguro, o, para los servicios de seguridad, quién es un potencial terrorista.
«No puedes negociar los términos y condiciones de las plataformas o los algoritmos». Te los encuentras ya hechos y has de aceptarlos si quieres utilizar el sistema sin saber qué datos se recolectan ni qué hacen con ellos. Nos son impuestos, de ahí la importancia de una leyes que salvaguarden nuestros derechos y que prohíban el uso de nuestra privacidad para fines ilegítimos. Las recolecciones de datos personales o sensibles deben estar prohibidas por ley porque no sabemos el uso que se va a hacer de ellas ni en qué manos van a caer.
[Los sistemas totalitarios son partidarios de la vigilancia completa de sus ciudadanos y, por tanto, del desprecio de su privacidad, los democráticos no lo son tanto, sin embargo,]
Los datos personales son muy sensibles, son muy difíciles de mantener seguros y es muy fácil abusar de ellos. Cuando tienes una arquitectura de vigilancia, si te basas en la intención y tienes un buen gobierno, puedes dejar que llenemos las calles de cámaras y las habitaciones de micrófonos. Pero el problema es que esa estructura de vigilancia luego la va a heredar otro gobierno. Y si ese gobierno tiene peores intenciones, ya dan igual las intenciones originales.
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Ese problema lo vemos mucho a lo largo de la historia, por ejemplo en Hong Kong. Es un ejemplo de una sociedad bastante puntera en tecnología y que tenía a China continental más o menos a distancia. Cuando China continental aprieta ya es muy tarde, porque la estructura de la vigilancia ya está ahí. Entonces ves a la gente tratando de tirar las cámaras en la calle o de comprar billetes para el metro con efectivo cuando prácticamente todas las transacciones son digitales. Por eso es un error concentrarse en la intención.
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El ejemplo más preocupante de la relación entre autoritarismo y vigilancia en este momento evidentemente es China. En parte porque está más avanzado en tecnología que otros países y es un sitio donde se ve muy claramente cómo la vigilancia se utiliza para el control. Primero con excusas, con cuestiones como la delincuencia o la pandemia, pero al final termina con un sistema de crédito social en el que se vigila no solamente que cumplas la ley, sino que además seas buen vecino… y no se trata sólo de que cumplas la ley en las cuestiones más importantes como pagar impuestos o no agredir a nadie: por una pequeña infracción, por ejemplo, fumar dentro de un tren, te pueden poner en la lista negra y ya no puedes viajar en tren, no puedes viajar en avión, no puedes quedarte en hoteles de cinco estrellas. Una de las características de las sociedades totalitarias es que cualquier infracción te afecta al resto de la vida.
ibid
Recordemos que en el genocidio de Gaza un sistema de inteligencia artificial ha sido utilizado para determinar qué lugares potenciales podrían servir de escondite a miembros de Hamas; información que el ejército de Israel ha utilizado para destruir edificios enteros aunque ello supusiera la muerte de decenas o centenares de civiles inocentes.
Nos hemos encontrado ya con varios casos de extorsión a pacientes de clínicas que pierden información y luego los delincuentes utilizan la información para extorsionarlos.
Nos vigilan
Vivimos, con las redes sociales, en un estado de constante vigilancia.
Estamos traduciendo el mundo de las cosas al mundo de los unos y los ceros, que hace que todo sea registrable y buscable, tangible y rastreable.